En septiembre de 2002, el ingeniero agrónomo Luis Cascioli se presentó ante la justicia italiana de la localidad de Viterbo, cerca de Roma, para denunciar al párroco del lugar. ¿Por cuál delito? Porque todos los domingos, durante la misa, el cura hablaba de Jesús de Nazaret.
Y según Cascioli, no hay pruebas de que Jesús haya existido. Por lo tanto, el sacerdote había violado dos leyes penales italianas: la de “abuso de credibilidad popular” (es decir, enseñar cosas falsas; art. 661) y la de “sustitución de persona” (inventar la existencia de un personaje irreal; art.494).
Los jueces de Viterbo quedaron estupefactos. ¿Acaso los Evangelios no prueban la
existencia de Jesús? No, dice Cascioli. Porque éstos son libros contradictorios, y además están escritos por gente que creía en él, por lo que no sirven como prueba objetiva de su existencia.
La denuncia de Cascioli fue rechazada por absurda. Pero éste apeló. Y en segunda instancia los jueces le dieron lugar, y ordenaron al párroco presentarse ante los tribunales para demostrar la existencia de Jesús. El pobre sacerdote, al verse en semejante aprieto, estaba desesperado. Pero al final, los jueces de tercera instancia volvieron a rechazar la demanda del ingeniero, y dieron por terminado el pleito judicial.
Hasta aquí la noticia que apareció en los diarios. Pero una duda quedó flotando en el ambiente: ¿Se puede demostrar la historicidad de Jesús? Fuera del Nuevo Testamento, ¿hay algún autor contemporáneo que lo nombre, lo mencione, aluda a su existencia?
Solemos pensar que Jesús de Nazaret, el fundador de la religión más importante y
numerosa de occidente, debió haber sido muy conocido en su tiempo. Que durante su vida llamó poderosamente la atención de las multitudes. Que con sus increíbles enseñanzas y sus sorprendentes milagros mantuvieron fascinada a la sociedad entera. Que su fama se extendió incluso a los que no lo conocieron personalmente.
Es decir, creemos que el impacto de Jesús en la sociedad de su tiempo fue impresionante y que si nos ponemos a buscar testimonios históricos sobre él, podemos encontrar millares.
Sin embargo no es así. Cuando examinamos la información que tenemos de aquella época, nos damos con que no existe ni un escritor, ni un autor, ni un historiador, ni un cronista, ni un ensayista, ni un poeta, ni un contemporáneo suyo, que hable de él. Aunque parezca mentira, nadie parece haber reparado en su persona, ni para criticarlo ni para alabarlo. No tenemos ni siquiera una alusión de pasada. Nada.
Si extendemos nuestra investigación a las décadas siguientes a su muerte, tampoco
encontramos mención alguna de Jesús. En los años 50, 60, 70 y 80, hay un completo silencio sobre su figura.
Tenemos que esperar a la década del 90 para hallar la primera referencia a Jesús, en
un documento fuera de la literatura cristiana.
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Pertenece al historiador Flavio Josefo ¹. En su segunda obra Antigüedades Judías, 20 tomos compuestos hacia el año 93, menciona dos veces a Jesús.
La primera mención está en el tomo 18, y dice así: “Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es que se le puede llamar hombre). Fue autor de hechos asombrosos, y maestro para quienes reciben con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y griegos. (él era el Mesías). Y cuando Pilatos, debido a una acusación hecha por nuestros dirigentes, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. (Él se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los profetas habían anunciado de él, además de muchas otras cosas maravillosas). Y hasta hoy los cristianos, llamados así por él, no han desaparecido”.
Esta alusión a Jesús, conocida por los estudiosos como “el Testimonio Flaviano”, provoca verdadera sorpresa. ¿Cómo es posible que un judío religioso, como Josefo, que nunca se convirtió al cristianismo, confiese que Jesús era el Mesías, que resucitó al tercer día, que se apareció vivo ante la gente, y que era más que un simple ser humano? Resulta inaceptable. Por eso hoy los especialistas sostienen que este texto contiene tres pasajes añadidos por algún autor cristiano. Serían los pasajes que están puestos
entre paréntesis. Si los eliminamos, el resto sería lo que realmente escribió Flavio Josefo.
Ahora bien, si nos atenemos al texto auténtico del historiador judío, vemos que él
afirma lo siguiente:
1) Existió en Palestina un hombre llamado Jesús; 2) realizó prodigios; 3) la gente lo escuchaba con gusto; 4) atraía a muchos judíos y griegos; 5) las autoridades judías lo acusaron; 6) Pilatos lo condenó a muerte; 7) murió crucificado; 8) sus seguidores se llaman cristianos en honor a él; 9) el movimiento que él fundó siguió existiendo después de su muerte.
La segunda mención que hace Flavio Josefo de Jesús, aparece en el tomo 20 de su obra.
Allí, al contar cómo mataron a Santiago, el primer obispo de Jerusalén, en el año 62, dice: “Mientras tanto subió al pontificado Anás. Era feroz y muy audaz. Pensando que había llegado el momento oportuno, porque (el procurador) Festo había muerto y Albino aún no había llegado, reunió al Sanedrín y llevó ante él al hermano de Jesús, que es llamado Mesías, de nombre Santiago, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley, y los entregó para que fueran apedreados”.
En esta segunda referencia, el escritor judío afirma que: a) existió un hombre llamado
Jesús; b) tenía un hermano llamado Santiago (lo cual coincide con lo que dice Marcos 6,3 y Gálatas 1,19); c) algunos lo consideraban el Mesías.
Estas dos citas de Flavio Josefo, si bien muy breves, son importantísimas, porque constituyen la primera prueba (fuera de la Biblia) de que Jesús de Nazaret realmente existió. Además, demuestran que Flavio Josefo disponía de bastante información sobre la persona de Jesús, en el momento de escribir.
La primera mención está en el tomo 18, y dice así: “Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es que se le puede llamar hombre). Fue autor de hechos asombrosos, y maestro para quienes reciben con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y griegos. (él era el Mesías). Y cuando Pilatos, debido a una acusación hecha por nuestros dirigentes, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. (Él se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los profetas habían anunciado de él, además de muchas otras cosas maravillosas). Y hasta hoy los cristianos, llamados así por él, no han desaparecido”.
Esta alusión a Jesús, conocida por los estudiosos como “el Testimonio Flaviano”, provoca verdadera sorpresa. ¿Cómo es posible que un judío religioso, como Josefo, que nunca se convirtió al cristianismo, confiese que Jesús era el Mesías, que resucitó al tercer día, que se apareció vivo ante la gente, y que era más que un simple ser humano? Resulta inaceptable. Por eso hoy los especialistas sostienen que este texto contiene tres pasajes añadidos por algún autor cristiano. Serían los pasajes que están puestos
entre paréntesis. Si los eliminamos, el resto sería lo que realmente escribió Flavio Josefo.
Ahora bien, si nos atenemos al texto auténtico del historiador judío, vemos que él
afirma lo siguiente:
1) Existió en Palestina un hombre llamado Jesús; 2) realizó prodigios; 3) la gente lo escuchaba con gusto; 4) atraía a muchos judíos y griegos; 5) las autoridades judías lo acusaron; 6) Pilatos lo condenó a muerte; 7) murió crucificado; 8) sus seguidores se llaman cristianos en honor a él; 9) el movimiento que él fundó siguió existiendo después de su muerte.
La segunda mención que hace Flavio Josefo de Jesús, aparece en el tomo 20 de su obra.
Allí, al contar cómo mataron a Santiago, el primer obispo de Jerusalén, en el año 62, dice: “Mientras tanto subió al pontificado Anás. Era feroz y muy audaz. Pensando que había llegado el momento oportuno, porque (el procurador) Festo había muerto y Albino aún no había llegado, reunió al Sanedrín y llevó ante él al hermano de Jesús, que es llamado Mesías, de nombre Santiago, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley, y los entregó para que fueran apedreados”.
En esta segunda referencia, el escritor judío afirma que: a) existió un hombre llamado
Jesús; b) tenía un hermano llamado Santiago (lo cual coincide con lo que dice Marcos 6,3 y Gálatas 1,19); c) algunos lo consideraban el Mesías.
Estas dos citas de Flavio Josefo, si bien muy breves, son importantísimas, porque constituyen la primera prueba (fuera de la Biblia) de que Jesús de Nazaret realmente existió. Además, demuestran que Flavio Josefo disponía de bastante información sobre la persona de Jesús, en el momento de escribir.
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Poco después de Flavio Josefo, tenemos un segundo escritor que menciona a Jesús. Es el historiador romano Tácito ². En uno de sus libros más importantes Los Anales, compuesto en el año 117, es una historia de Roma en 18 volúmenes, que va desde el año 14 d.C. (en que muere el emperador Augusto) hasta el año 68 d.C. (en que muere Nerón).Desgraciadamente la obra nos ha llegado incompleta, porque se perdieron varios
tomos; y justamente la sección que va del año 29 al 32 no sobrevivió. Por eso el proceso y la muerte de Jesús, ocurrida en el año 30, y que quizás podría haber figurado, no aparece en los manuscritos. Pero sí, al hablar de la persecución de Nerón a los cristianos de Roma, Tácito dice: “Nerón sometió a torturas refinadas a los cristianos, un grupo odiado por sus horribles crímenes. Su nombre viene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio fue ejecutado por el procurador Poncio Pilatos. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición volvió a difundirse no sólo en Judea, su país de origen, sino también en Roma, a donde confluyen todas las atrocidades de todo el mundo. Primero, los inculpados que confesaban; después, denunciados por éstos, una inmensa multitud, todos fueron convictos, no tanto por el crimen de incendio sino por el odio del género humano”.
Este testimonio nos brinda varios elementos importantes para situar históricamente
a Jesús. Nos dice: 1) que existió un hombre al que llamaban Cristo; 2) que su patria era Judea; 3) que su muerte ocurrió cuando Tiberio era emperador (o sea, entre los años 14 y 37) y Poncio Pilatos gobernador (entre los años 26 y 36); 4) que Pilatos lo mandó matar, lo cual implica que lo crucificaron, pues el castigo normal de las autoridades romanas en Judea era ése; e) que antes de morir, Jesús ya había formado un grupo de seguidores.
Candidatos abolidos
Estos dos escritores, Flavio Josefo y Tácito, son los únicos testimonios no cristianos
(es decir, neutrales) conocidos, que hablen de la existencia histórica de Jesús de Nazaret. No hay ninguna otra fuente no cristiana, anterior al año 130 (o sea, en un período de cien años desde la muerte de Jesús), que mencione al fundador del
cristianismo.
Los estudiosos suelen citar a otros dos escritores romanos que, según dicen, hablarían
también de Jesús. Ellos son Plinio el Joven y Suetonio.
En el caso de Plinio el Joven, el texto que suelen citar es una carta suya, escrita en el
año 112, donde al hablar de los cristianos dice: “Ellos afirman que toda su culpa y error consiste en reunirse en un día fijo, antes de la salida del sol, y cantar a coro un himno a Cristo como a un dios; y se comprometen a no cometer crímenes, ni hurtos, ni asesinato, ni adulterios, ni mentir, y luego toman su alimento”.
De Suetonio, el texto sería un pasaje de su libro Vida de los Doce Césares, escrito en el
año 120: “Como los judíos provocaban constante mente disturbios a causa de Cristo, el emperador Claudio los expulsó de Roma”.
Pero si miramos bien, vemos que ninguno de los dos textos habla directamente del
Nazareno, sino de los cristianos. No afirman que haya existido alguien llamado Jesús, sino que un grupo de cristianos creía en su existencia. Por lo tanto, no sirven como fuentes para afirmar la realidad histórica de Jesús. Y no hay ninguna otra no cristiana que mencione al fundador del cristianismo.
En cuanto a la fuentes cristianas, los Evangelios, bien sean canónicos, apócrifos o gnósticos, no son textos contemporáneos. Además, los oficialmente aceptados –los canónicos– atribuidos a Lucas, Mateo, Juan y Marcos, no parece que fueran escritos por ellos, sino por seguidores de estos apóstoles y, por tanto, por hombres que nunca conocieron a Jesús.
Así, según lo que se conoce hasta ahora, el Evangelio de Juan habría sido escrito hacia el año 95 d.C, mientras que los de Lucas y Mateo habría sido redactados hacia el 85. El de Marcos siempre se ha considerado como el primero en ser escrito, pero data de en torno al año 70.
Por tanto, todos ellos son muy posteriores a la muerte de Jesús, y si a esto unimos la ausencia casi total de referencias históricas, la existencia real de Jesús de Nazaret se convierte para muchos investigadores e historiadores en una proposición difícil de justificar.
Pero un papiro encontrado en un bazar de antigüedades en Luxor (Egipto) lo iba a cambiar todo...
Un colegio inglés dado a coleccionar piezas arqueológicas conserva desde hace más de un siglo una copia de parte del Evangelio de Mateo. Todos creían que era un réplica moderna, hasta que un investigador alemán demostró que podría ser la prueba que faltaba para demostrar la existencia real de Jesús.
Un papiro conservado en una institución de Oxford puede ser la demostración más contundente en favor de la historicidad de Jesús de Nazaret. En realidad, se trata de tres fragmentos de entre 1,5 y 3 centímetros de longitud que contienen parte del texto del Evangelio de Mateo.
Lo relevante es que dicho manuscrito, lejos de ser una copia moderna, ha sido datado en tiempos de Jesús.
La entrada en escena del citado papiro ha modificado nuestro conocimiento sobre el asunto. La aventura de estos fragmentos del Evangelio de Mateo comienza, como ya he dicho, en un bazar de antigüedades de Luxor (Egipto) a finales del siglo XIX. Lo compró allí un reverendo llamado Charles Bousfield Huleatt (1863-1908), en uno de esos puestos repletos de joyas arqueológicas sustraídas de los yacimientos.
Con su pergamino bajo el brazo, el religioso retornó a Inglaterra. El cura siempre intuyó que el documento tenía algo excepcional, y aunque falleció en el año 1908 a consecuencia de los efectos provocados por un terremoto que asoló Sicilia, en vida ya había tomado la precaución de donarlo al colegio Magdalena de Oxford, en donde sería catalogado entre cientos de piezas como el "manuscrito Gr-17".
Pese a ello, el papiro nunca fue tomado en consideración. Los gestores del colegio jamás pensaron que fuera algo más que una copia tardía del Evangelio de Mateo. Defenestrado durante casi un siglo, a comienzos de los años noventa del siglo XX, la historia de este cambió cuando un investigador alemán se interesó por el manuscrito. Alguien que lo había visto le anticipó que podría ser más importante de lo que se creía.
Se trataba del conocido biblista alemán Carsten Peter Thiede. Nadie se opuso a su intento de análisis. Nada más verlo, pensó que sus entrecortadas cinco líneas escondían una agradable buena nueva. Pero, lógicamente, debía investigarlo a conciencia. Fue un proceso largo y tedioso.
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Analizó el papiro y lo dató. Parecía antiguo: más de dos mil años. A continuación examinó la escritura y acudió a sus bases documentales en busca de una similar. Y la encontró. Al parecer, estaba redactado con un tipo de grafía muy concreta, propia de entre los siglos I a.C. y los primeros años del siglo I d.C.
Analizó su lenguaje y otras muchas características. Una vez que estuvo completamente seguro, en 1994 dio a conocer el resultado de sus investigaciones. De acuerdo con las pesquisas efectuadas, el papiro en cuestión era el documento neotestamentario más antiguo jamás hallado. Lo fechó a comienzos del siglo I y dedujo que su autor, necesariamente, había sido coetáneo de Jesús. Que en suma, había conocido al Nazareno en vida. El estudio del investigador alemán fue una auténtica revolución.
De pronto, lo que sabíamos sobre la antigüedad de los Evangelios se vino abajo. Hasta entonces, se pensaba que el Evangelio de Mateo había sido escrito, al menos, en el año 85. Sin embargo, aquel papiro, que incluía varios versículos de este Evangelio, databa de al menos cuarenta años antes. Bajo este nuevo prisma, el citado Evangelio sería el más antiguo de los cuatro.
En conclusión todos los estudiosos están de acuerdo de manera concluyente y definitiva, en su existencia histórica. Por eso hoy ningún historiador serio niega la historicidad de Jesús.
Primero, porque vemos que existen dos autores muy antiguos que de manera imparcial,
objetiva y desinteresada afirmaron su existencia. Y son testimonios lo suficientemente cercanos a los hechos como para constituir fuentes fidedignas y confiables.
Las primeras dudas sobre su existencia histórica surgieron recién en el siglo XVIII, cuando ciertos autores franceses empezaron a decir que Jesús de Nazaret era una divinidad solar antigua a la que se le había atribuido existencia histórica. Esta duda se prolongó durante el siglo XIX y XX. Pero actualmente ya ningún estudioso la toma en serio.
Segundo, porque los textos del Nuevo Testamento hacen interactuar a Jesús con otros
personajes históricos, cuya existencia está demostrada por documentos arqueológicos y
literarios no cristianos, como Juan el Bautista, Poncio Pilatos, Herodes el Grande, Herodes Antipas o Caifás.
Y finalmente, la existencia del "manuscrito Gr-17", que sería otra demostración decisiva de que alguien que conoció en vida a Jesús, ya escribió sobre los hechos que protagonizó el líder de la que acabaría siendo la religión más importante de occidente, lo que significaba de por sí una prueba concluyente en favor de la historicidad de Yeshúa Ben Josef (Jesús hijo de José).
Hoy todavía podemos encontrar gente, como el ingeniero agrónomo Luis Cascioli, que duda de la existencia real de Jesús. Cuando se buscan en la antigüedad los datos sobre su existencia histórica, descubrimos con asombro que sus contemporáneos no dijeron casi nada de él. Que su vida fue absolutamente insignificante en el plano de la escena mundial. Esto demuestra que Jesús durante su vida fue un judío marginal, que fundó un movimiento marginal, en una provincia marginal del gran imperio romano. Su vida y su muerte fueron el acontecimiento menos importante de la historia romana de ese tiempo, y sus contemporáneos ni siquiera le prestaron atención.
Analizó su lenguaje y otras muchas características. Una vez que estuvo completamente seguro, en 1994 dio a conocer el resultado de sus investigaciones. De acuerdo con las pesquisas efectuadas, el papiro en cuestión era el documento neotestamentario más antiguo jamás hallado. Lo fechó a comienzos del siglo I y dedujo que su autor, necesariamente, había sido coetáneo de Jesús. Que en suma, había conocido al Nazareno en vida. El estudio del investigador alemán fue una auténtica revolución.
De pronto, lo que sabíamos sobre la antigüedad de los Evangelios se vino abajo. Hasta entonces, se pensaba que el Evangelio de Mateo había sido escrito, al menos, en el año 85. Sin embargo, aquel papiro, que incluía varios versículos de este Evangelio, databa de al menos cuarenta años antes. Bajo este nuevo prisma, el citado Evangelio sería el más antiguo de los cuatro.
En conclusión todos los estudiosos están de acuerdo de manera concluyente y definitiva, en su existencia histórica. Por eso hoy ningún historiador serio niega la historicidad de Jesús.
Primero, porque vemos que existen dos autores muy antiguos que de manera imparcial,
objetiva y desinteresada afirmaron su existencia. Y son testimonios lo suficientemente cercanos a los hechos como para constituir fuentes fidedignas y confiables.
Las primeras dudas sobre su existencia histórica surgieron recién en el siglo XVIII, cuando ciertos autores franceses empezaron a decir que Jesús de Nazaret era una divinidad solar antigua a la que se le había atribuido existencia histórica. Esta duda se prolongó durante el siglo XIX y XX. Pero actualmente ya ningún estudioso la toma en serio.
Segundo, porque los textos del Nuevo Testamento hacen interactuar a Jesús con otros
personajes históricos, cuya existencia está demostrada por documentos arqueológicos y
literarios no cristianos, como Juan el Bautista, Poncio Pilatos, Herodes el Grande, Herodes Antipas o Caifás.
Y finalmente, la existencia del "manuscrito Gr-17", que sería otra demostración decisiva de que alguien que conoció en vida a Jesús, ya escribió sobre los hechos que protagonizó el líder de la que acabaría siendo la religión más importante de occidente, lo que significaba de por sí una prueba concluyente en favor de la historicidad de Yeshúa Ben Josef (Jesús hijo de José).
Hoy todavía podemos encontrar gente, como el ingeniero agrónomo Luis Cascioli, que duda de la existencia real de Jesús. Cuando se buscan en la antigüedad los datos sobre su existencia histórica, descubrimos con asombro que sus contemporáneos no dijeron casi nada de él. Que su vida fue absolutamente insignificante en el plano de la escena mundial. Esto demuestra que Jesús durante su vida fue un judío marginal, que fundó un movimiento marginal, en una provincia marginal del gran imperio romano. Su vida y su muerte fueron el acontecimiento menos importante de la historia romana de ese tiempo, y sus contemporáneos ni siquiera le prestaron atención.
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Por eso, lo asombroso no es que nadie hable de él. Lo asombroso hubiera sido que algún historiador de la época se hubiera interesado en él. Sería una casualidad increíble que los escritores de ese tiempo se sintieran atraídos por contar la ejecución de un carpintero palestino. Lo más natural del mundo hubiera sido que ningún contemporáneo lo recordara ni mencionara.
Sin embargo, y a pesar de ello, sorprendentemente tenemos varias referencias de él. Por eso, su existencia constituye hoy un hecho histórico cierto e irrefutable.
1) Flavio Josefo (n. 37-38 – Roma, 101) fue un historiador judío, descendiente de familia de sacerdotes. Hombre de acción, estadista y diplomático, fue uno de los caudillos de la rebelión de los judíos contra los romanos. Hecho prisionero y trasladado a Roma, llegó a ser favorito de la familia imperial Flavia. En Roma escribió, en griego, sus obras más conocidas: La guerra de los judíos, Antigüedades judías y Contra Apión. Fue considerado como un traidor a la causa judía y odiado por estos. Su obra se ha conservado gracias a los romanos y a los cristianos.
2) Cornelio Tácito (c. 55 – 120) fue un historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano. Se sabe poco de la biografía de Cornelius Tacitus: ni siquiera las fechas y lugares precisos de nacimiento y muerte.
Su carrera política se desarrolló bajo los emperadores Vespasiano, Tito y Domiciano de la dinastía Flavia. Sobrevivió con éxito a las purgas del Senado del reinado de Domiciano, teniendo incluso un alto cargo en virtud de él, y luego recibió el consulado sufecto en el reinado del emperador Trajano. Después de este tiempo, continuó hacia una productiva carrera literaria, escribiendo una biografía del suegro de Tácito, un estudio etnográfico de los alemanes, un tratado sobre oratoria, y dos obras históricas notables: Historias y Anales.
Sin embargo, y a pesar de ello, sorprendentemente tenemos varias referencias de él. Por eso, su existencia constituye hoy un hecho histórico cierto e irrefutable.
1) Flavio Josefo (n. 37-38 – Roma, 101) fue un historiador judío, descendiente de familia de sacerdotes. Hombre de acción, estadista y diplomático, fue uno de los caudillos de la rebelión de los judíos contra los romanos. Hecho prisionero y trasladado a Roma, llegó a ser favorito de la familia imperial Flavia. En Roma escribió, en griego, sus obras más conocidas: La guerra de los judíos, Antigüedades judías y Contra Apión. Fue considerado como un traidor a la causa judía y odiado por estos. Su obra se ha conservado gracias a los romanos y a los cristianos.
2) Cornelio Tácito (c. 55 – 120) fue un historiador, senador, cónsul y gobernador del Imperio romano. Se sabe poco de la biografía de Cornelius Tacitus: ni siquiera las fechas y lugares precisos de nacimiento y muerte.
Su carrera política se desarrolló bajo los emperadores Vespasiano, Tito y Domiciano de la dinastía Flavia. Sobrevivió con éxito a las purgas del Senado del reinado de Domiciano, teniendo incluso un alto cargo en virtud de él, y luego recibió el consulado sufecto en el reinado del emperador Trajano. Después de este tiempo, continuó hacia una productiva carrera literaria, escribiendo una biografía del suegro de Tácito, un estudio etnográfico de los alemanes, un tratado sobre oratoria, y dos obras históricas notables: Historias y Anales.