¿Qué fue del caso Voronezh?


Ocurrió hace más de dos décadas. La prensa de medio mundo emitió casi al unísono la sorprendente noticia suministrada por la agencia Tass aquel lunes, 9 de octubre de 1989. Según aquella primera información que los periodistas occidentales se afanaban en confirmar, una nave extraterrestre había aterrizado a plena luz del día en un parque ruso, ante la atónita mirada de decenas de testigos que contemplaron el descenso y las evoluciones de sus inauditos tripulantes.
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El suceso, a partir de los testimonios iniciales, y merced al paulatino enriquecimiento con detalles a cual más sorprendente, terminó convirtiéndolo en un relato cada vez más increíble que terminaría por minar la fiabilidad del hecho, revelándose ante los analistas sociales como una expresión más de la Perestroika. La cuestión radicaba, y aún hoy lo hace, en determinar a qué tipo de expresión en concreto podía obedecer semejante episodio mediático.
A todas luces parecía increíble que una agencia como Tass, durante décadas portavoz oficiosa del bloque soviético y con fama de escrupulosa sobriedad informativa, diera cuenta al mundo de manera tan rotunda, diáfana y colorista del aterrizaje de una nave alienígena tripulada, algo que con justicia, aunque admitiendo discrepancias, podría ser definido como la noticia más importante en la historia de la humanidad. ¿Otro síntoma del aperturismo y la democratización catalizada por Mijail Sergéyevich Gorbachov, decisivo impulsor de una Perestroika? ¿O tal vez una tosca pero eficaz maniobra de distracción informativa en un momento delicado para el movimiento aperturista soviético? Quizá la respuesta se encuentre precisamente a medio camino.
Aunque la noticia se divulgaría el 9 de octubre, el incidente de Voronezh habría tenido lugar el miércoles 27 de septiembre, en torno a las 18:30 horas y en medio de lo que sería presentado a los medios como una oleada de observaciones de ovnis. A esa hora un grupo de niños jugaba en un parque público del distrito de Leverezhni, ubicado frente a la Escuela Secundaria 33, mientras otros jóvenes y adultos transitaban la zona o bien esperaban el autobús. En un momento determinado contemplaron una luz de color rosado, que después se fue convirtiendo en un globo de color rojo oscuro de aproximadamente diez metros de diámetro, según los datos de Vladimir Lebedev, corresponsal de Tass en la región, que había hablado con una decena de niños y adolescentes. Ante el lógico desconcierto de los testigos el objeto daría una vuelta a la zona antes de comenzar a descender y aterrizar en el parque, momento en el que se abrió una especie de escotilla en su parte inferior y apareció una figura humanoide de tres metros de estatura, dotado de tres pequeños ojos de los que uno parecía moverse en diferentes direcciones. El ser, que tenía una cabeza minúscula en comparación con su talla, vestía un ajustado traje plateado y botas de color bronce, portando lo que parecía ser un disco en el pecho. El ojo central giraba como un radar. La cabeza se mantenía fija, sin girar. El lugar de nariz tenía dos orificios.
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También salieron dos seres más, apareciendo acompañados de lo que sería descrito por los testigos como un "robot" de menor tamaño y aspecto "humano". Sus movimientos mecánicos, les faltaba naturalidad en ellos, es el detalle que hizo pensar a los testigos que se trataba de un autómata.
La complejidad de los hechos iría aumentando por segundos y con ella la dificultad de los investigadores para establecer una secuencia fiable de los acaecimientos, ya que por ejemplo, antes de este aterrizaje, algunos testigos describieron una suerte de simulacro del mismo al quedar suspendida la nave, cuya forma fue descrita también como lenticular y de media luna, a unos metros del suelo y realizar sus tripulantes un sondeo visual, tal vez buscando donde posarse, tras el cual la nave desaparecía unos segundos y reaparecería para finalmente aterrizar. Al margen de esta discordancia y según la información en este caso de la agencia española EFE, el extraterrestre emitió un sonido y dibujó sobre la tierra un triángulo luminoso de unos treinta por cincuenta centímetros que desapareció rápidamente. La extraña criatura tocó el pecho del robot, y éste comenzó a andar. En ese momento, uno de los niños gritó aterrorizado y el extraterrestre le miró y el pequeño se quedó paralizado.
Tras lo que pareció un breve sondeo de la zona, los dos seres, en algunas versiones se habla de hasta cuatro, con afiladas cabezas descenderían de la nave para proceder a la recogida de muestras de suelo y vegetación, momento en el que se viviría otra escena especialmente controvertida; un chaval intentaría salir corriendo presa del pánico siendo volatilizado por el haz de luz desprendido por una barra metálica de medio metro de longitud con la que el gigante alienígena le había apuntado. Aquella aparente desmaterialización quedaría sin efecto al finalizar el incidente, reapareciendo el niño sano y salvo cuando la nave se alejó del lugar a gran velocidad, quedando como rastro de su presencia una serie de huellas en el terreno, algunas de las cuales estarían dispuestas de manera triangular correspondiendo teóricamente al tren de aterrizaje.
Las indagaciones de los medios occidentales y de los corresponsables en tierras soviéticas resultaron en todo punto infructuosas a la hora de localizar a los numerosos testigos del caso, especialmente a los adultos. Apenas tres niños, Julia Shoojova, Basia Surin y Zheila Blinov aparecerían de manera reiterada referenciados por la prensa, junto a Genrij Silanov, jefe del Laboratorio de Geofísica y responsable del Centro de Investigación de Fenómenos Anómalos de Voronezh, una organización a la que la prensa daría un protagonismo tal vez excesivo con el beneplácito de las autoridades locales. TVE a través de Informe Semanal lograría el testimonio del ufólogo antes citado Slava Marlinov, y de otro de los chavales, Volodia Startshev, de 12 años, quien ante la cámara española relataría: "Cuando ellos salieron de la nave yo me quedé inmóvil, como paralizado. Estábamos todos muy asustados. Dos de los seres salieron de la nave y observaron el lugar. Después de cinco minutos se fueron. Cuando desaparecieron me mareé, la cabeza me dolía y me daba vueltas".

Todo ello sucedía en medio de un fenómeno mediático pocas veces vivido en la ex Unión Soviética, donde inicialmente no pareció prestársele demasiada importancia al caso para posteriormente asistir a una campaña de descrédito hacia los informadores iniciales, cuestionándose su objetividad e insinuándose incluso su tendencia a beber en exceso.
Algo realmente inusual pareció haber ocurrido en aquel territorio de ochocientos mil habitantes, ubicado a unos cuatrocientos kilómetros al sureste de Moscú. El fenómeno parece tener un principio y un desenlace similar y coherente en todos los relatos: una luz rosada que termina revelándose como un objeto ovalado o semiesférico, del que tras aterrizar en un parque descienden varios seres de extraña apariencia, quienes tras interactuar a la vista de todos regresan a la nave alejándose del lugar dejando una serie de huellas en el terreno. Sin embargo son los detalles, muchos de ellos anacrónicos y hasta risibles, los que parecen romper la uniformidad. Es el caso por ejemplo del amago de aterrizaje con el que los alienígenas echan un vistazo para asegurarse de donde posar su nave, algo que una tecnología capaz de surcar el universo debería poder solventar sin necesidad de abrir la escotilla y sacar la cabeza. Hay sonadas diferencias en el número de extraterrestres, uno y tres según las versiones, aunque siempre con un robot que parecer seguir las órdenes que un testigo identificó con fijos chirridos. Genrij Silanov, que sería presentado inicialmente como científico –que lo era– y poco después como ufólogo –que también lo era– describiría que su grupo había dado con el lugar del aterrizaje mediante "biolocalización", un término que la prensa reprodujo por su tufillo científico pero que no era más que un eufemismo de alguna variante de percepción extrasensorial, ya fuese visión remota o con toda probabilidad, radiestesia. Incluso a los más fervientes creyentes en la visita de extraterrestres a la Tierra les tendría que parecer poco lógico que el escenario de un aterrizaje contemplado por decenas de testigos en un parque público y perfectamente identificado, requiera de sensitivos para ser ubicado. "Se detectó un círculo de veinte metros de diámetro, en el que se veían cuatro hendiduras de cuatro a cinco centímetros de profundidad cada una, con un diámetro de catorce a dieciséis centímetros, situadas en los cuatro vértices de un rombo. También se encontraron dos misteriosos trozos de roca roja oscura.
Además de ese material, que a priori no parecía terrestre y que terminaría siendo identificado como "óxido de hierro", el equipo de Silanov detectaría índices de radioactividad por encima de lo normal, algo que verificaría el KGB y las autoridades nucleares rusas, aunque descartando su peligrosidad y atribuyéndola a los efectos de Chernobil. Lo singular es que aparentemente solo aparecían en ese lugar del parque y no en otro.
El rayo desmaterializador es otro ingrediente que parece fuera de lugar, pero que forma parte de la iconografía de la ciencia-ficción. Precisamente uno de los testigos que nunca fueron localizados sería éste, una auténtica contrariedad para los investigadores que se quedaron con las ganas de saber a dónde se fue o en qué se convirtió durante esos minutos, o si con posterioridad padeció secuelas.

El distintivo ummita

Igual de desconcertante fue la descripción del símbolo de "ummo", la famosa ﴿┼﴾ que algunos testigos afirmaron divisar en la panza del artefacto y que enredaría aún más la trama. En algunos dibujos aparece claramente decorando el artefacto volador, y en la iconografía posterior ya es incluido como adorno en el atuendo idealizado de los humanoides de Voronezh. ¿Era ese símbolo parte de los añadidos posteriores, o pertenece al fondo inicial del caso?
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No es ni mucho menos un tema baladí, puesto que en su origen, y al menos oficialmente, el emblema ummita habría sido parte de los elementos creados en España a finales de los años sesenta por José Luís Jordán Peña, según su propio y cuestionable testimonio. Cierta casuística anterior a esa fecha, recopilada de manera precisa por Juan José Benítez en su libro El hombre que susurraba a los ummitas, pone de manifiesto que la ﴿┼﴾ ya existía en la casuística ovni antes de que Jordán Peña supuestamente la inventara, un símbolo que tenía muchas posibilidades de resultarle familiar a los testigos puesto que se corresponde con la letra Ж "zhe" del alfabeto cirílico, en uso en diferentes regiones, incluida Rusia. Si fue una contaminación, desde luego no fue aleatoria resultando obvio que la migración del emblema buscaba desacreditar el caso de cara a Occidente, aunque dándose la circunstancia de que el símbolo no desentonaría en unos dibujos rusos.

Epílogo

La solución final por la que se ha optado es la de admitir que algo fuera de lo común ocurrió aquella tarde en la localidad rusa, pero a fecha de hoy, seguimos sin saber a ciencia cierta que aconteció exactamente aquel miércoles de mil novecientos ochenta y nueve.