Stephen Hawking: Sin límites

Acaba de cumplir 70. Contra todo pronóstico, porque la esclerosis que sufre desde los años sesenta da muy poco tiempo de vida. Pero él va derribando barreras, y su mente llega a la frontera entre lo conocido y lo desconocido. Se ha convertido en una estrella magnética e iconoclasta.

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En el verano de 1964, tras una conferencia del famoso astrónomo Fred Hoyle, un joven delgado y de aspecto débil se levantó sobre su bastón y dijo, ante el asombro general, que estaba equivocado. Hoyle trataba de encajar la relatividad general de Einstein con su modelo de un universo sin principio, igual ahora que en el pasado, y se quedó estupefacto. ¿Cómo podía juzgar aquel joven si los resultados eran o no correctos? "Lo he calculado", fue su respuesta. El famoso astrónomo montó en cólera. Aquel joven desafiante se llamaba Stephen Hawking y quiso investigar con Hoyle cuando llegó a Cambridge como estudiante graduado dos años atrás. No hacía mucho le habían diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad que no tiene cura y que suele matar en un par de años. Los destinos de ambos fueron contrapuestos. Hoyle fallecería en agosto de 2001, tras un tiempo en el que se le tacharía -de forma injusta- como un renegado científico por no admitir que el universo sí tuvo un principio. Pero, contra todo pronóstico, Hawking cumplió su septuagésimo cumpleaños el pasado 8 de enero. Se ha convertido en el científico más popular en el campo de la física después de Albert Einstein, que murió en 1955, cuando Hawking era un muchacho de 13 años.
La escritora Kitty Ferguson, en su libro Stephen Hawking. Su vida y obra (Crítica), se ha acercado para alumbrar un poco el misterio que rodea a Hawking. ¿Cuál es la verdadera razón de su popularidad? Hawking es el director del departamento de matemáticas aplicadas y física teórica de la prestigiosa Universidad de Cambridge, algunas de cuyas aulas antiguas conservaban hasta hace no mucho enormes pizarras que se izaban mediante poleas. La conferencia que Hawking impartió aquí como nuevo profesor lucasiano de matemáticas en 1980, cuando le fue otorgada la cátedra que ocupó el mismísimo Isaac Newton, mostró que no era como los demás. A sus 38 años, ya no podía caminar, ni escribir, ni comer por sí mismo, ni tan siquiera levantar la cabeza. Su habla estaba muy deteriorada, y uno de sus estudiantes impartía la charla por él. A la audiencia no le importó, atenta ante cualquier cosa que pueda decir este hombre atrapado en su silla de ruedas. Su magnetismo ha ido a más. ¿Por qué? Ferguson nos responde al otro lado del teléfono, desde Cambridge, el mismo día de la onomástica de Hawking, un domingo que reunió a una pléyade de físicos y cosmólogos de todo el mundo, una fiesta científica a la que ella estaba invitada. "Él quiere que todo el mundo entienda su ciencia, compartir con nosotros toda la aventura que significa para él, lo divertido que le resulta".
Hawking exhibe un gran sentido del humor. Su enfermedad no existe para él, y no quiere que la gente a su alrededor piense en ello. Proyecta en la memoria de la gente ordinaria la paradoja de alguien con una mente prodigiosa que sigue con su cerebro intacto y a salvo de una enfermedad devastadora, atrapado en un cuerpo que se deteriora cada vez más. Y sin embargo, su mente se pregunta por el origen del cosmos y su destino, sobre si los agujeros negros explotan o no, o si seremos visitados por extraterrestres del futuro. ¿Qué sentido tiene este universo, qué hubo antes? ¿Queda o no lugar para Dios? El público ve a un ser débil y frágil, que ahora solo puede mover dos músculos de su cuerpo, pero que viaja sin ataduras a lugares donde nadie ha llegado jamás, en el espacio y en el tiempo. Y queda fascinado. "Investiga en el límite de la frontera entre lo conocido y lo desconocido, más allá de las murallas de fuego del mundo", explica Ferguson, en referencia a una frase del físico John Wheeler (tomada en realidad de una cita del filósofo Lucrecio).
En su último libro, El gran diseño (Crítica) -conjuntamente con el físico Leonard Mlodinov-, Hawking habla sobre la posibilidad de que existan gran cantidad de universos donde quizá todo esté determinado. Muy pocos albergarían vida inteligente. Quizá no hubo un principio. El propio Hawking, en una de estas realidades alternativas, podría haber seguido un derrotero bien distinto. De no haber sufrido la enfermedad, ¿habría alcanzado la excelencia científica y la popularidad de la que goza? Su exmujer, Jane Hawking, comentó en una ocasión que, sin ayuda, dinero y éxito, habría consumido sus días como un oscuro físico teórico en una silla de ruedas, ignorado, en una anodina residencia, "lejos de su casa y su familia, mudo, aislado y desaprovechado".
Si se bucea en su adolescencia en Oxford, donde nació, se descubre que el joven Hawking de 12 años no era un niño superdotado. Le costaba aprender y su caligrafía desesperaba a los profesores. Su casa en St. Albans, grande y oscura, estaba repleta de libros, de música de ópera y de agujeros por los que se colaba el frío. El joven Hawking solía caer enfermo, no destacaba en deportes y no pudo presentarse a un examen de acceso para obtener una beca por culpa de una gripe, lo que le cerró las puertas para estudiar en Westminster. Fue a los 15 años cuando aprendió que el universo se expandía. En sus propias palabras, "estaba seguro de que debía haber algún error". "Un universo estático parecía más natural", escribe Ferguson. De expandirse indefinidamente, el universo se quedaría vacío. Un pensamiento perturbador.

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La etapa universitaria dibuja a un Hawking de pelo largo más bien vago, valedor del mínimo esfuerzo -dedicó una hora diaria de estudio durante toda su carrera-, que falseaba partes de los experimentos. Fue entonces cuando destacó por su inteligencia. El último año se decantó por la cosmología. Quería estudiar con Fred Hoyle, que estaba en la Universidad de Cambridge, y sacó las calificaciones necesarias. Pero su vida estuvo a punto de pararse. "Parecía que me volvía más torpe, y me caí una o dos veces sin razón aparente". A veces perdía la memoria a corto y a largo plazo, no se ataba bien los zapatos, y se trababa al hablar, relata Ferguson. Las pruebas médicas soltaron la bomba. A sus 21 años, Hawking había contraído una esclerosis incurable que destruye las neuronas que controlan el movimiento voluntario de los músculos -salvo la excreción y la función sexual-. Probablemente moriría asfixiado, sin controlar su respiración, quizá en dos o tres años.
La muerte no se presentó en el plazo esperado. El avance de la enfermedad se hizo más lento, pero transformó a Hawking al principio en un joven meditabundo y depresivo. La relación romántica que estableció con Jane, una antigua amiga del colegio, se transformó en matrimonio poco después. Fue un bálsamo milagroso. El mal no era hereditario (Hawking tiene tres hijos) y su mente quedaría intacta: podía ser cosmólogo, lo que más deseaba. En los años que vendrían emergió un nuevo Hawking que hizo frente a los desafíos. Se atragantaba con la comida con más frecuencia. Cuando nació su primera hija, en 1967, prácticamente no podía escribir a mano por el agarrotamiento de los dedos. Podía moverse con muletas, pero le llevaba 15 minutos subir por las escaleras hasta la cama sin ayuda. En la década de los sesenta, en vez de lamentarse, su carácter se endureció. "Hawking asegura que su testarudez es su mejor cualidad, ya que, de no ser así, no podría haber afrontado su enfermedad", explica Leonard Mlodinov, que trabaja con él desde hace 10 años, a El País Semanal. Y se ríe. "De todas formas, si eres físico, tienes que ser muy testarudo para acabar tu trabajo". Hawking relegó su invalidez en algún rincón de su mente. Los más cercanos a él lo perciben así.
Entre sus mejores amigos se encuentra el cosmólogo californiano Kip Thorne, al que conoció en 1965 en una conferencia en Londres. Hawking ha compartido con él sus sombrías predicciones de futuro a lo largo de los años. El propio Thorne estuvo el día de su cumpleaños, y escribió para El País Semanal algunas de sus impresiones en un correo electrónico antes de partir para Cambridge. "Cuando Stephen perdió el uso de sus manos, y por tanto, la capacidad para manipular y escribir ecuaciones en un papel, lo compensó entrenándose a sí mismo para manipular formas de objetos complejos y topologías en su mente a una velocidad muy alta". Ese entrenamiento ha proporcionado a Hawking una habilidad que no tiene ningún otro físico teórico para encontrar las soluciones a problemas físicos muy complejos. "Probablemente no los habría resuelto de no ser por esta habilidad que adquirió". Por increíble que parezca, transformó su condición en una ventaja.
Pero su éxito no es en solitario. Hay una lista larga de nombres insignes que se han movilizado para ayudarle en momentos puntuales y críticos de su vida: Dennis Sciama, el astrónomo Martin Rees, el Nobel Murray Gell-Mann, el propio Thorne... Es la historia de un físico genial que pierde el control de su cuerpo; que necesita pagar a las enfermeras para vivir en su casa y no recluirse en un deprimente hospital; que progresa brillantemente en su carrera, publicando hallazgos espectaculares como que los agujeros negros "no son tan negros" ya que dejan escapar radiación -la radiación Hawking- o que pueden... ¡explotar! La biografía de Hawking está salpicada de premios, como el Albert Einstein, la medalla Hughes de la Royal Society o la medalla de la Libertad concedida por el presidente Obama.
Pero en toda esta ecuación, el término más ignorado por el público -y seguramente el más importante- resultó ser el apoyo incansable de Jane Hawking, su mujer. Stephen era como un agujero negro, el centro de atención que se tragaba todo a su alrededor, incluida su esposa. En las fotos que le sacaban, a veces la recortaban pensando que ella era una enfermera que empujaba la silla. Hawking no habría logrado convertirse en lo que es, superar el diagnóstico de su enfermedad, progresar en su carrera, de no ser por el optimismo, el coraje y la fe de Jane Hawking, dice Ferguson. Ella es la heroína en la sombra. "Hoy todo el mundo de la física ha venido a Cambridge para celebrar el cumpleaños, tienes que verlo, es increíble. Y cuando hablas con ellos, que le han conocido desde que Hawking era un estudiante graduado y ellos eran también estudiantes, se quedan impresionados con todo lo que hizo Jane Hawking, todo el calor y amor que se podía palpar".
A la ecuación de la vida de Hawking hay que añadir, por tanto, la de su mujer, un factor indispensable. Jane era una persona profundamente religiosa, de cuya fe sacaba fuerzas para describir muy gráficamente una vida que ambos "vivían al borde del abismo". Dada la enfermedad de Stephen, la pareja no podía hacer planes ni pensar a largo plazo. Pero Hawking no compartía la fe de su esposa. No creía en un Dios personal. Y en los años siguientes se manifestaría como un científico más próximo al ateísmo, donde la ciencia estaba arrinconando cada vez más a Dios. En un matrimonio famoso por su hospitalidad, era Jane quien iba a comprar comida para fiestas de 60 personas. Toda esta labor no reconocida, señala Ferguson, pasó inadvertida a los medios; al igual que el hecho de que Jane estableció por entonces una relación romántica discreta con un joven, Jonathan Jones -su actual marido-, que se ofreció para ayudar a la familia.
El año más crítico fue 1985. En un viaje a Ginebra, Hawking contrajo una neumonía y estuvo a punto de morir. Estaba involucrado en la finalización de un manuscrito, Historia del tiempo, que sus editores querían convertir en un "best seller de aeropuerto". Cuando Jane acudió al hospital, comprobó con horror que su marido estaba conectado a una máquina de respiración artificial, casi en coma. Los médicos le dieron la posibilidad de desconectarle o hacerle una traqueotomía. Pero jamás volvería a hablar. Hasta ese momento, Hawking se comunicaba a duras penas con sus ayudantes. Sin voz, ¿cómo iba a proseguir su carrera? Jane optó por la intervención. Más tarde, ella lo recordaría así: "No sabíamos cómo íbamos a ser capaces de sobrevivir. Fue mi decisión, pero a veces he pensado: '¿Qué he hecho? ¿Qué tipo de vida le he dejado?". Hawking iba a necesitar la ayuda de enfermeras durante las 24 horas. Ya no respiraba por la nariz o la boca, sino por una abertura practicada en la garganta por la que se deslizaba un tubo que había que limpiar con regularidad para que las secreciones no le encharcaran los pulmones. El coste de la asistencia resultaría astronómico.

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Pero el mundo científico volvió a movilizarse. Kip Thorne realizó gestiones para que la Fundación MacArthur -de cuya directiva formaba parte Murray Gell-Mann- le concediese una ayuda temporal, que luego se extendería. Y Walt Woltosz, un informático de California, les hizo llegar un programa informático, Equalizer, pensado para que los discapacitados con una mínima movilidad pudieran seleccionar las palabras que iban apareciendo en una pantalla de ordenador para construir frases y expresiones que luego eran recreadas por un sintetizador de voz. Con la práctica, Hawking llegó a producir hasta 15 palabras por minuto. Algunas son frases hechas. Se rumorea que en su ordenador también tiene un archivo con insultos. Retomó la escritura de su libro. Historia del tiempo vendió en 1990 más de ocho millones de ejemplares en todo el mundo y le convirtió en una estrella mediática. Hawking considera malicioso el rumor por el que se dice que si alguien le molesta, suele pillarle los pies con las ruedas de su silla. "Pisaré con la silla a cualquiera que lo repita". Le encanta lanzarse con ella por los terraplenes de San Francisco, o bailar en las fiestas. Hawking, dice Mlodinov, despierta la admiración de la gente, es una fuente de inspiración para las personas que tengan dificultades y vean lo que él ha logrado, y aguanta estoicamente que le paren por la calle para hacerse una foto. En El gran diseño, Hawking nos advierte que si somos visitados por extraterrestres, lo más probable es que estos sean poco amigables. Los alienígenas serían tan avanzados que nosotros nos quedaríamos en meros animales. "Nos tratarían de la misma manera que nosotros nos comportaríamos si exploramos algún día un planeta y encontramos formas primitivas de vida", según Mlodinov.
A pesar del éxito de Historia del tiempo, hubo alguna crítica sobre el uso comercial de su imagen, en referencia a la fotografía de la contraportada que mostraba a Hawking en su silla de ruedas. Hubo quien aseguró que Hawking explotaba su nefasto estado de salud y utilizaba la silla de ruedas para conseguir fama y dinero. Un colega no identificado en el libro de Ferguson indicó literalmente que "en una lista de los 12 mejores físicos teóricos del siglo XX, Steve no entraría ni de lejos".
Pero quizá lo que el mundo no esperaba de un matrimonio de 25 años, un modelo perfecto de inspiración para los discapacitados, fue el anuncio de Hawking de que se separaba de su esposa para casarse con Elaine, una de sus enfermeras. Ocurrió en la primavera de 1990. "Me quedé de piedra. No tenía ni una sola idea que sugiriera que la ruptura iba a ocurrir. Probablemente los teníamos idealizados a los dos", explica Ferguson. Ella conoce a Hawking desde hace 22 años y asegura que, estando a su lado, es imposible saber en qué piensa o qué le irrita. No tiene lenguaje corporal -excepto la expresión facial- y, aunque se comunica con el mundo mediante su ordenador, la voz de Hawking es artificial, recreada sintéticamente, sin modulación y emociones. "Eso establece una distancia cuando hablas con él, que utiliza para proteger su privacidad. Solo dice lo que quiere y nada más". Incluso cuando Hawking conservaba un hilo de voz, ya era muy difícil "leer entre líneas". En retrospectiva, la opinión pública se volvió al principio en su contra por haber abandonado a la mujer que lo había apoyado. Hubo que esperar a las memorias publicadas de Jane Hawking para aclarar el panorama. El matrimonio perfecto había pasado apuros. La relación de Jane con Jonathan solo era conocida por los íntimos de Hawking.
Nunca un científico proyectó tanta humanidad y coraje en su lucha contra la adversidad. Pero la ruptura de su matrimonio por otra mujer mostró que Hawking también era humano en un sentido que pocos habían querido ver. Como que la gente con discapacidad tiene deseos sexuales, una idea que resulta incómoda para la mentalidad general -y especialmente para una sociedad británica más rígida-. Él ha comentado a New Scientist, con su habitual ironía, que "piensa en las mujeres la mayor parte del tiempo". Ferguson explica estas razones. "Todos esperamos que la vida de los discapacitados sea muy diferente a la nuestra. Si algo me ha enseñado Hawking es a pensar que las personas discapacitadas no son distintas". En un artículo de opinión del diario The Independent cinco años después de la separación matrimonial, se sugería que Hawking, lejos de ser un santo, era uno de los grandes iconoclastas de nuestro tiempo, un destructor de símbolos, alguien a contracorriente. Lo cierto es que ha superado todas las expectativas. Cuando le preguntaron a qué punto de su vida iría si pudiera retroceder -Hawking cree que el viaje al pasado no es posible-, respondió que elegiría el día en el que nació su primera hija, Lucy. Para quienes le conocen bien, como Kip Thorne, solo cabe el elogio. "Stephen disfruta al máximo de la vida, saca lo mejor de ella", nos dice este cosmólogo, en referencia a las aventuras que Hawking ha experimentado, como viajar a la Antártida o sentir la gravedad cero en un avión de la NASA. "Pero por encima de eso está el amor que profesa a su familia y a la física. Él es una inspiración".

La biografía 'Stephen Hawking. Su vida y obra' (editorial Crítica) sale a la venta en España a comienzos de marzo.

Fuente: Luís M. Ariza, elpais.com, 22/01/2012