MONSTRUOS

«Dos piraguas se deslizaban silenciosamente corriente arriba por el Likuala, en la selva congoleña, en noviembre de 1981, Roy Mackal investigador de la Universidad de Chicago, iba sentado en la proa de la primera embarcación, le seguían un cortejo de pigmeos y científicos congoleños y norteamericanos. Con la bóveda de árboles de la selva y los helechos colgando a lo largo de la ribera parecía como si hubieran retrocedido en el tiempo sesenta millones de años. Corrían rumores de que bajo el agua de aquel río se ocultaba una criatura de un especie que se creía extinguida hace tiempo. El grupo tomó un recodo del río y, súbitamente, aquel mundo prehistórico se hizo alarmantemente más cercano. En el momento en que salieron del recodo oyeron el chasquido de una criatura sumergirse en el agua. Una ola de treinta centímetros de altura rompió contra las embarcaciones. ¡«Mokele-mbembe»! ¡«Mokele-mbembe»! comenzaron a gritar los pigmeos. Sólo la amenaza de perder la paga les persuadió para que siguieran remando hasta el lugar donde se había sumergido la criatura. No lograron ver nada. Todavía creo, dice Mackal, que estuvimos a punto de encontrarla».



Hace tiempo que llegué a la conclusión de que las cosas, en multitud de ocasiones, no son lo que parecen. La Historia y la Naturaleza están llenas de sorpresas. Como es el caso del tema que hoy traigo a estas páginas.
Y, para adentrarnos en él, como es natural, la primera pregunta que debemos hacernos es, ¿qué es un monstruo?
La palabra la utilizamos en dos sentidos absolutamente diferentes. De manera general significa “algo de notable tamaño” o bien “una criatura de peculiar salvajismo”. Es muy común también que los seres humanos la utilicemos de manera hiperbólica, no literal, para designar a los niños más traviesos.
Los romanos, que fueron los que inventaron la palabra monetrum, clasificaban a los monstruos junto con los presagios y los prodigios; todos ellos eran advertencias hechas por los dioses, y por ello se les consideraba vagamente sobrenaturales. El nacimiento de un cerdo sin patas o de un hijo jorobado se entendían como un aviso al propietario o al padre, que debían proceder a un sacrificio ritual para evitar un desastre. Sin embargo, se mostraban escépticos en lo concerniente a monstruos míticos. El poeta Homero gastaba bromas sobre formas “antinaturales” como los centauros y los sátiros, sin llegar a comprender nunca que las historias de testigos presenciales de estas criaturas tenían un origen auténtico, tribus pelásgicas de Grecia disfrazados de caballo o cabra para sus danzas rituales. De la misma forma que incas y aztecas, que jamás habían visto caballos, se sintieron horrorizados ante la caballería española; pensaron que jinete y caballo eran todo uno. Y cuando se separaban huían presa del pánico convencidos de que, de alguna forma, un monstruo se había dividido en dos criaturas.
Otro ejemplo fue el de la quimera, Homero dio fe de que dicho monstruo vivía en Asia Menor y echaba llamas por la boca. Este mito, según descubrió un almirante británico llamado Beaufort a finales del siglo XIX, tuvo su origen en un monte de la región, el Chimaera, del que emanaban llamas de gas natural desde sus hendiduras.
No obstante, los rumores actuales sobre monstruos que se ocultan en profundos ríos, lagos o en lo más intricado de bosques y montañas, ¿son reales? ¿acaso son una forma que el hombre primitivo conociera y con la que compitiera, viéndose literalmente forzadas a buscar refugio en lugares en los que rara vez llegaba éste?

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Hace dos millones de años ni siquiera éramos hombres. Lo empezamos a ser hace un millón de años, aunque nuestra evolución no se forjó hasta los últimos doce mil aproximadamente, y está repleta de significativos vacíos.
Con toda seguridad nuestra Historia es más amplia de lo que revelan nuestras crónicas. El gran investigador y antropólogo Loren Eiseley reflexionaría:
“Mas del noventa por ciento de la vida animal del mundo en pasados períodos ha muerto. Aún cuando, en algunos casos, floreciera durante más tiempo que el período completo del desarrollo humano, en un punto dado de su senda evolutiva, se desvaneció sin descendientes o quedó transformada en procesos biológicos aún desconocidos, en algo distinto… No podemos seguir la huella de las razas vivientes en su lejano pasado. Sabemos poco o nada de cómo llegara el hombre a perder el pelo que lo cubría… Asimismo tenemos escaso conocimiento respecto a algunas otras criaturas desaparecidas de la historia geológica… ¿Por qué, por ejemplo, los murciélagos, que tienen un lejana relación con nosotros, se nos presentan tan de súbito, totalmente formados, procedentes de la Era paleozoica?. Uno de esos problemas que surgen de la interacción de amplias y mal comprendidas fuerzas es, precisamente, el por qué se convirtieron en murciélagos y no en hombres… El número de formas y fechas sugiere una variedad de hombres-simios primitivos, de los que no todos ellos dieron forzosamente el paso definitivo para convertirse en humanos…”
La Ciencia admite en la actualidad que existen criaturas a nuestro alrededor que deberían haberse extinguido hace una eternidad . Animales como la tortuga, el caimán, el cangrejo bayoneta o cacerola, algunos caracoles, unas pocas arañas y cucarachas, y todas las pulgas de la nieve han perdurado durante millones de años sin sufrir la más leve evolución. Por el contrario hay ciertas especies que han desaparecido sin que, a juicio de los científicos, hubiera motivo para ello, ¿no habrán sobrevivido acaso algunas?.
Muchas criaturas, algunas monstruosas, se dice que han muerto por la única razón de que no aparecen sus huellas en posteriores estratos. Pero, naturalmente, es prácticamente imposible poder examinarlos todos y además no existe ley alguna según la cual todas las especies vivientes hayan de dejar fósiles. Así que hay que considerar la posibilidad de que aún vivan en el mundo criaturas desconocidas y, algunas, realmente monstruosas. En ulteriores capítulos estudiaremos a las más significativas.