El misterio de las catedrales

Al igual que antaño egipcios, incas o mayas encriptaron algunos de sus saberes astronómicos en sus construcciones más monumentales, los templarios, durante la Edad Media, hicieron igualmente lo mismo.
Un ejemplo es el mensaje que nos ofrece la catedral de Chartres. Lo podríamos calificar como «sabiduría geométrica». Este templo pasa por ser el más enigmático y misterioso de toda Francia.

Erigido entre los siglos XII y XIII, sus responsables pusieron en práctica una serie de conocimientos tan ancestrales como simbólicos.
Esta catedral marcó un hito en el desarrollo del gótico e inició una fase de plenitud en el dominio de la técnica y el estilo gótico, estableciendo un equilibrio entre ambos. Es sumamente influyente en muchas construcciones posteriores que se basaron en su estilo y sus numerosas innovaciones.
No fue casualidad que eligieran este lugar para su construcción. Ya allí, antes de los tiempos cristianos, se veneraba la figura simbólica de una diosa, la Diosa Madre de la mitología druídica, siendo esta localidad un importante centro religioso para la tribu celta de los carnutes, pueblo del que deriva el nombre de la ciudad, y antes de que los celtas ocuparan el lugar, ya existía un monumento megalítico que, como todos los de sus características, se levantaron sobre los llamados "lugares de poder". De hecho, se considera que el entorno de Chartres concentra una poderosa energía telúrica que sus constructores quisieron "capturar" en la catedral.
También quisieron, sin duda, demostrar que poseían unos vastos conocimientos astronómicos. No es difícil comprobar cómo la luz penetra de forma magistral gracias a una alineación perfecta a través de sus vitrales cuando llegan los solsticios y los equinoccios.
El misterio de Chartres es extensible al resto de catedrales góticas del norte de Francia. Un poderoso misterio las contempla. Comenzaron a construirse a partir del año 1130. Sólo un siglo después, se habían erigido nada menos que 80. Sirva un dato: durante esos cien años, sus constructores manejaron más toneladas de piedra que los egipcios en el tiempo que estuvieron levantando pirámides.
Cuando se edificaron las catedrales, Francia sufría una crisis económica que estrangulaba a todos los sectores del país, en especial a las clases bajas, es decir, a casi todos sus ciudadanos. Fueron momentos terribles, durante los cuales 15 millones de personas sufrieron hambruna y penuria, agravadas –además– por las cruzadas.
El dinero escaseaba. Nadie tenía nada con que llenarse los bolsillos salvo – siempre hay una excepción– los caballeros de la Orden del Temple, los templarios, que mostraron un afán constructor inédito hasta la fecha. Es como si tuvieran una más que imperiosa necesidad de reflejar algún conocimiento adquirido quizá en Tierra Santa, el lugar que debían proteger. De hecho, la orden nació con esa finalidad, aunque crecieron tanto, y se hicieron tan poderosos, que aquélla quedó como una más de sus múltiples funciones.
A este respecto se han efectuado descubrimientos más que singulares. Curiosamente, las catedrales construidas en el entorno de París, como la de Chartres, Reims, Bayoux o Amiens forman, sobre el mapa de Francia, la misma imagen que los planisferios celestes ofrecen de la constelación de Virgo. ¿Qué buscaban los templarios reflejando sobre la Tierra en construcciones que apuntaban hacia el cielo la posición de estrellas tan determinadas? Probablemente no hicieron más que continuar con una vieja tradición que se pierde en el tiempo. Una tradición con la que quizá buscaban el dominio de fuerzas extrañas. Una tradición, en suma, que inauguraron los egipcios cuando construyeron las pirámides de Gizeh reflejando en la arena del desierto la constelación de Orión y más tarde los incas edificando sus urbes alineadas con la constelación Cruz del Sur. Y sólo son dos ejemplos
Ahora bien, ¿por qué se eligió la constelación de Virgo? Las razones son más que inquietantes. Virgo simboliza la imagen asociada a la Virgen, que a su vez no es más que una cristianización del culto a Isis, la diosa madre egipcia. Quizá las catedrales son una bella forma de recordar que seguían latentes esos cultos sagrados a los que se entregaron los sacerdotes de la más inquietante de las culturas del pasado.
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Las tradiciones señalan que los saberes de los egipcios quedaron a buen recaudo. Determinadas leyendas los sitúan, tras la caída del imperio del Nilo, en el Templo de Salomón en Jerusalén, que se convertiría en algo así como una "biblioteca" dentro de la cual una estirpe de hombres casi sagrados fueron transmitiéndose dichos conocimientos de generación en generación.
Leyenda o no, al parecer, los templarios rescataron ese saber cuando se encontraban protegiendo Tierra Santa de los "infieles", y como miembros de una cadena eterna, eligieron las catedrales como la forma más inmortal de dejar constancia de esos conocimientos para los futuros iniciados.
Los últimos descubrimientos parecen confirmar ese hilo común arquitectónico entre las pirámides de Gizeh, el Templo de Salomón y las catedrales como la de Chartres. Esa oculta conexión quedó reflejada en cuanto que las proporciones de las tres edificaciones son exactas entre sí. Están basadas en el llamado "número de oro", una constante numérica aplicada a las edificaciones arquitectónicas que fue transmitida como un secreto por iniciados de todos los tiempos. Hablaremos de ello, así como de otras curiosidades matemáticas como la sucesión de Fibonacci, en otra ocasión más detenidamente.
Definitivamente, se ha creído desde hace mucho tiempo que las catedrales góticas eran libros de texto de algún conocimiento oculto; que detrás de las gárgolas y los glifos, los rosetones y los contrafuertes, se escondía un poderoso secreto. Esto, a juzgar por los hechos, hace tiempo ya que dejó de ser una teoría.



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* Conclusión final de la obra de Fulcanelli, "El Misterio de las catedrales". Escrita en 1922. .
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La Naturaleza no abre indistintamente a todos la puerta del santuario.

Tal vez descubrirá el profano en estas páginas alguna prueba de una ciencia verdadera y positiva. Pero no creemos que podamos alardear de convertirle, pues no ignoramos la tenacidad de los prejuicios y la fuerza enorme del recelo. El discípulo sacará de ellas mayor provecho, a condición empero, de que no menosprecie las obras de los antiguos Filósofos, de que estudie con cuidado y penetración los textos clásicos, hasta adquirir la clarividencia suficiente para discernir los puntos oscuros del manual operatorio.Nadie puede aspirar a la posesión del gran Secreto, si no armoniza su existencia al diapasón de las investigaciones emprendidas.
No basta con ser estudioso, activo y perseverante, si se carece de un principio sólido y de base concreta, si el entusiasmo inmoderado ciega la razón, si el orgullo tiraniza el buen criterio, si la avidez se desarrolla bajo el brillo intenso de un astro de oro.La ciencia misteriosa requiere mucha precisión, exactitud y perspicacia en la observación de los hechos; un espíritu sano, lógico y ponderado; una imaginación viva sin exaltación; un corazón ardiente y puro. Exige, además, una gran sencillez y una indiferencia absoluta frente a teorías, sistemas e hipótesis que, fiando en los libros o en la reputación de sus autores, suelen aceptarse sin comprobación. Quiere que sus aspirantes aprendan a pensar más con el propio cerebro y menos con el ajeno. Les pide, en fin, que busquen la verdad de sus principios, el conocimiento de su doctrina y la práctica de sus trabajos en la Naturaleza, nuestra madre común.
Por el ejercicio constante de las facultades de observación y de racionamiento, por la meditación, el neófito subirá los peldaños que conducen al SABER.

La imitación ingenua de los procedimientos naturales, la habilidad conjugada con el ingenio, las luces de una larga experiencia le asegurarán el PODER.

Pudiendo realizar, necesitará todavía paciencia, constancia, voluntad inquebrantable. Audaz y resuelto, la certeza y la confianza nacidas de una fe robusta permitirán a todo ATREVERSE.

Por último, cuando el éxito haya consagrado tantos años de labor, cuando sus deseos se hayan cumplido, el Sabio, despreciando las vanidades del mundo, se aproximará a los humildes, a los desheredados, a todos los que trabajan, sufren, luchan, desesperan y lloran aquí abajo. Discípulo anónimo y mudo de la Naturaleza eterna, apóstol de la eterna Caridad, permanecerá fiel a su voto de silencio. En la ciencia, en el Bien, el Adepto debe para siempre CALLAR.