Las esferas de Costa Rica


¿Es posible que una dinámica cultura hubiera extendido su poder e influencia en el pasado a otras muchas tierras y pueblos relativamente cercanos? Ya lo insinué en uno de mis primeros artículos en el blog, titulado “Paralelismos Culturales”.
Sin embargo, según la ciencia oficial los pueblos antiguos de diferentes continentes no tuvieron contacto por mar. Pero … ¿quién no se ha detenido a reflexionar alguna vez sobre esos asombrosos paralelismos entre culturas tan distantes, a los que me referí en aquel artículo? O el misterio que nos ocupa ahora … ¿Por qué en Costa Rica existen unas esferas talladas hace dos milenios que señalaban la dirección en la que se encontraban los puertos marítimos más importantes de la antigüedad?
De entre los enigmas situados a lo largo de las costas americanas este es uno cuya naturaleza tiene maniatada a la ciencia oficial. Todos los intentos de explicación han resultado valdíos.
Sólo 51.000 kilómetros cuadrados, tres millones de habitantes, una democracia asentada como casi ninguna y uno de los pocos países del mundo sin ejército.
Un micromundo cuyo paisaje formado por playas, cerros y selvas está salpicado por miles de esferas pétreas de hasta dos metros y medio de diámetro y 30 toneladas de peso que una antigua civilización depositó sobre el suelo sin aparente orden ni concierto.
Nadie sabe a ciencia cierta quién pulió las piedras con tanta precisión. Son de granito, aunque también las hay de basalto y de hule y presentan una superficie lisa, con un cincelado perfecto que hace enmudecer.
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Las primeras noticias oficiales que dan cuenta de su existencia proceden de George P. Chittenden, quien, en 1930, al explorar la selva por cuenta de la multinacional United Fruit Company, fue a tropezar con muchas de estas enigmáticas “bolas”. Chittenden comunicó el hallazgo a la doctora Doris Stone quien, en 1940 y 1941, tuvo el acierto de trasladarse al delta, procediendo a su estudio y, lo que es más importante, al levantamiento de planos con la ubicación original de algunas de estas esferas. En 1943 publicaría sus primeros informes, aportando mapas de cinco emplazamientos en los que se alzaban cuarenta y cuatro esferas y suministrando datos sobre otros ejemplares localizados en las proximidades del pueblo de Uvita y en las orillas del río Esquina. A partir de esas fechas, otros arqueólogos e investigadores entre los que destacan Mason y Samuel K. Lothrop, de la Universidad de Harvard, se adentraron también en las selvas, con el loable propósito de desvelar el misterio. Pero el progreso había empezado una triste y desoladora labor de destrucción. Las compañías bananeras en especial la United Fruit arrasaron bosques y campiñas, sepultando, removiendo o destruyendo con sus máquinas decenas y decenas de aquellas esferas. Las protestas de los arqueólogos no prosperaron. Los intereses económicos de las multinacionales prevalecieron por encima de sus demandas y la humanidad se vio privada en buena medida de uno de sus más codiciados tesoros histórico-culturales. Muchas de las esferas, arrancadas de la jungla y de los campos, fueron transportadas a pueblos y ciudades y colocadas en plazas, jardines y propiedades o edificios particulares como piezas ornamentales.
Esferas que oscilan entre las tres y cuatro pulgadas (alrededor de nueve a doce centímetros) y los tres metros de diámetro que, en el caso de las más voluminosas, superan las dieciséis toneladas. Esferas, insisto, cuyo tallado pulcro, meticuloso y milimétrico no parece obra de manos humanas.
Los arqueólogos e investigadores que han trabajado cerca de ellas han comprobado que la esfericidad que muestran es matemática. Es tan exacta que, en ocasiones, para obtener las medidas, se han visto obligados a recurrir a las computadoras. Y, curiosamente, según todos los análisis, cuanto mayor es la esfera, más precisas son las dimensiones y más suave y pulida aparece la superficie. Sirva un dato como pilar argumental: sólo se ha detectado en ellas un error en su diámetro de un milímetro por cada metro.
Tal perfección ha hecho pensar a algunos estudiosos que pudieron ser talladas con la ayuda de medios mecánicos que, sobra decirlo, no poseían los antiguos costarricenses.
Además, las "esferas del cielo", como se las conoce popularmente, están diseminadas sobre todo por la zona sur del país. Algunas las encontramos en lo más elevado de algunos cerros y otras en lechos fluviales enfangados. ¿Cómo fueron llevadas hasta allí? Nadie conoce la respuesta, que a buen seguro nos obliga a pensar en una tecnología más desarrollada de la que suponemos para sus responsables.
Por otra parte, la arqueología oficial aún no ha sido capaz de desentrañar la funcionalidad de estas miles de esferas. Para que se hagan una idea de las estupideces que son capaces de ser aceptadas antes de ser admitida otra explicación más evidente, les diré que durante un tiempo fue tolerada la idea de que fueron colocadas por caciques y que el tamaño de cada una de ellas marcaba el poder o rango de los mismos. Hoy casi nadie acepta tal teoría pues son miles, y dudo que los caciques fueran más que los explotados e hicieran demostración de su poder con “bolas” de piedra.
Otros hablan de un simbolismo astronómico o religioso.
Sobre el enigma se arrojó cierta luz gracias a los providenciales mapas de la doctora Stone y de Lothrop y a las actuales investigaciones y cálculos, iniciados en los años ochenta, por el ingeniero estoniano Ivar Zapp, que descubrió que las esferas, aún por distantes que estuvieran entre sí, formaban un conglomerado de líneas rectas que partían radialmente desde el centro del país. Aquello comenzaba a cobrar sentido.
Al extender las líneas que señalaban sobre un planisferio terrestre, Zapp descubrió que se proyectaban sobre lejanos enclaves costeros, en donde existieron civilizaciones en el pasado. Zapp, con el apoyo de los aviones de las líneas aéreas costarricenses, averiguó que marcaban una treintena de rutas marítimas que conducían a destinos tan lejanos como la Isla de Pascua, Asia Menor, Grecia, Egipto o Canarias.
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Se supone –y sólo se supone– que no existieron contactos entre pueblos tan distantes hasta tiempos relativamente recientes.
Y digo que sólo se supone porque –insisto– estos ejemplos nos hacen pensar en que dichas relaciones sí pudieron acaecer.
Los estudios efectuados determinaron que la antigüedad de las piedras es de unos dos mil años.
Muchas de estas esferas se encuentran actualmente sepultadas. Es posible que la acción de la naturaleza, inundaciones, seísmos, etc. haya originado numerosos enterramientos. Otros, en cambio, tienen un origen muy diferente. Con toda probabilidad, el enorme peso de las esferas ha provocado el lento pero irremediable hundimiento de las inmensas masas de granito en el húmedo y esponjoso suelo arcilloso. Y según los investigadores, ese hundimiento se registra a razón de un milímetro por año.
Si tenemos en cuenta que algunas de las esferas sacadas a la luz miden más de dos metros de diámetro, ello nos sitúa a una distancia de veinte siglos, como mínimo... Y lo cierto es que la antigüedad de las mismas debe ser tan dilatada que ni siquiera ha permanecido en la mitología y en la memoria colectiva de los pueblos autóctonos de la región. Cuando se refieren a ellas, los nativos las recuerdan como algo ancestral y directamente vinculado a los cielos. Pero eso es todo.

Esto, unido al hecho de que ninguno de los colonizadores hace alusión al uso de las citadas piedras, nos obliga a pensar que los autores de las esferas habitaron Costa Rica en un tiempo pretérito. La teoría predominante entre los arqueólogos es que, posiblemente, fueron obra de los antiguos borucas, asentados en el valle del Diquís y en la isla del Caño.
Esa cultura habría desarrollado su capacidad naval de forma extraordinaria antes de los tiempos de Jesús. Pero la Historia no acepta esa posibilidad y mantiene que los antiguos habitantes de América permanecieron aislados del resto del mundo. Aseguran que ese aislamiento se debió, entre otras cosas, a que los precolombinos no fueron capaces de manejarse en alta mar.
Algunos arqueólogos han tratado de solventar la incógnita, asociando la antigüedad de las esferas con los restos de cerámica desenterrados en sus proximidades. De esta forma, siguiendo tan poco fiable método, han llegado a insinuar que pudieron ser fabricadas hacia el siglo XV. Pero, como afirmo, la hipótesis en cuestión tropieza con varios y serios inconvenientes, ninguno de los cronistas y conquistadores españoles de esa época hacen alusión a los hipotéticos constructores de las esferas. De haber tenido noticia de tan magnífica labor, hombres como Vázquez de Coronado, Gil González Dávila o Perafán de Rivera lo hubieran mencionado con toda seguridad.
El tiempo aclarará las cosas. De momento, ni siquiera un hombre docto y sabio como Thor Heyerdahl ha quebrado ese inmovilismo. Heyerdahl, empleando una balsa a la que llamó Kon-Tiki, construida con los mismos medios que tuvieron a su alcance los antiguos habitantes de América –es decir, valiéndose únicamente de juncos y lianas– demostró que aquellos hombres fueron capaces de cubrir grandes rutas oceánicas entre continentes. Si él lo logró, otros, con una balsa idéntica hace miles de años, también podrían haberlo hecho. Pero ni por esas ... La ciencia oficial lo sigue negando.
Las esferas de Costa Rica son otra prueba más de que los mares no fueron un secreto para aquellos hombres. Que estén alineadas, de forma precisa, señalando los puertos más relevantes de la antigüedad no puede ser fruto de la casualidad.


Algunos pueden pensar que fueron dispuestas así, sin más, y que casualmente se proyectaban sobre rutas marítimas. Bueno, es como decir –y no exagero– que podemos coger miles de hojas con letras del alfabeto, lanzarlas al aire y que caigan formando casualmente El Quijote. Demasiado azar ¿no creen?
Y el gran enigma de las esferas de piedra se extiende también hasta otros lugares de América. Ejemplares parecidos a los de Costa Rica han sido descubiertos en Brasil, en el estado de Veracruz (México), en Panamá y en las montañas de Guatemala. Todas ellas curiosa y sospechosamente en áreas que pudieron caer bajo la influencia de esa remota, ignorada y adelantada humanidad.