Mario y el extraterrestre

El relato que viene a continuación es una dedicatoria muy especial para Mario, mi sobrino, tiene 5 años, y espero que a lo largo de su vida consiga sentir por los libros la pasión que tienen sus padres o su tío, y que le intentan inculcar a diario.

Es fascinante leer, Los libros son unos fieles compañeros. Deberíamos tenerles un gran respeto, ya que gracias a ellos hemos aprendido parte de toda la experiencia de nuestra vida, hemos vivido situaciones maravillosas, hemos soñado, y hasta nos hemos curado.
También quiero recordar a todos los escritores, a todas las personas que sienten los libros, los aman y son parte de ellos. Y a todas aquellas personas que aún no siendo escritores profesionales, sienten ese entusiasmo por las letras, las palabras, y escriben a menudo. ..
(23 de Abril, día del libro)


«Aquella soberbia mañana Mario acompañó a su madre a una de los dos únicas librerías que aún quedaban en la ciudad. Había sido la de más solera en los buenos tiempos para los libros. Pronto sería el cumpleaños de su padre y querían comprar uno para regalarle.
La vieja librería estaba llena de veteranas estanterías, repletas de libros sobre muy diversos temas…
Miraban detenidamente, cuando Mario se sintió atraído por una colección de antiguos comics sobre héroes milenarios, existente en otra parte más alejada de aquel decano recinto. Por un momento, se apartó del lado de su madre y se encaminó hacia esa ala de la estancia.
Se encontraba enfrascado mirando aquella asombrosa y bonita colección cuando –de repente– sintió una extraña sensación. Miró a su alrededor y pudo comprobar, sorprendido, como una inmensa luz inundaba todo el local. Las personas allí presentes, incluido su madre, parecían haberse quedado inmóviles, tal como los maniquíes de un escaparate. Él era el único capaz de moverse y percibir lo que ocurría a su alrededor.
Mario parpadeó un par de veces y se pellizcó la cara como queriendo expulsar aquella visión, pero nunca en su vida había estado tan seguro de estar tan despierto.
De improviso, un insólito personaje, vestido con un extraño atuendo de color rojo chillón, apareció delante de él.
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Mario con voz débil y mirando con ojos desorbitados al insólito ser que, cordialmente, le saludaba murmuró: Y tú…¿quien eres?
Aquel extravagante ser contestó: Soy un extraterrestre.
Pasado el shock del primer momento, Mario empezó a desconfiar: aquel ser de enormes ojos grises y baja estatura, que iba tan estrafalariamente vestido con aquella rara vestimenta, le estaba tomando el pelo descaradamente. Seguramente no era más que un “friki” con ganas de broma. Con todo, decidió seguirle el juego.
Vale, colega –dijo estirando mucho las palabras, como tanteando el terreno–. Y si eres un extraterrestre… ¿dónde está tu nave espacial?
El alienígena soltó una estridente carcajada. Bueno, ciertamente tenía que admitir que aquello no era muy normal.
¡Hace diez minutos que has entrado en ella! –exclamó, abriendo mucho sus pequeños brazos, como intentando contener todo el espacio que le rodeaba. Mario, desconcertado, miró a su alrededor, contemplando el cubículo viejo que era aquella librería. Podría decirse que las paredes parecían estar hechas de estanterías.
Mario miró al extraterrestre, y éste pareció entender la expresión de su rostro, porque enseguida añadió: Camuflada, por supuesto, pero más o menos he conseguido que parezca una perfecta y tradicional librería.
Eh!.. ¿no oyes?, con tanta cháchara… –interrumpió bruscamente Mario, preocupado por los continuos crujidos que surgían de una sección extremadamente repleta de libros. Parecía poder venirse abajo en cualquier momento.
El extraterrestre lo miró con un gesto de incomprensión.
¿Cháchara?, preguntó intrigado.
Quiero decir… tantas palabras –aclaró, no encontrando mejor forma de definir el término que había utilizado.
Los ojos del extraterrestre brillaron, y sus pupilas parecieron contraerse al emanar un fulgor que provocaba escalofríos. Mario se estremeció al notar esta sensación, fue como una sacudida: ahora sí, su escepticismo fue zarandeado, casi derrotado ante todo lo que reflejaban aquellos ojos tan grandes en cuyos iris grisáceos se producía un eterno brillo. Tragó saliva.
Palabras… –repitió suavemente el alienígena, y esbozó una dulce sonrisa, como si lo que estaba diciendo le produjera algún tipo de placer. Sí, ahora que lo mencionas, no tengo dudas de que las palabras tienen poder para derrumbar este sitio. Por nuestra propia seguridad será mejor que a partir de ahora sólo digamos lo justo y necesario –rió de nuevo con aquella carcajada tan sorprendente–. De todas formas, sólo unas pocas palabras a veces son el camino para cambiar una vida.
Y sin borrar su asombrosa sonrisa, preguntó: Bueno, ¿puedes decirme, ahora, qué se te ofrece?
¿Cómo…? –murmuró Mario, sin dar crédito a sus oídos.
¿A qué has venido?
¿Estás de broma? ¡Eso es lo que tendría que preguntar yo! –exclamó Mario, casi indignado por la falta de reacción de aquel excéntrico personaje. ¡Eres un extraterrestre… en una librería!
-Bueno sí, pero… ¿Qué es lo que buscas?
Mario suspiró impávido e hizo una mueca casi involuntariamente. Después de unos segundos, finalmente se dio por vencido y murmuró de mala gana: Estaba con mi madre buscando un libro para regalarle a mi padre por su cumpleaños.
El extraterrestre ensanchó aún más su sonrisa, y Mario estuvo seguro de que ningún rostro humano sería capaz de sonreír de esa forma. Buena idea… Veo que hay quien sí valora la magia de las palabras en esta ciudad. ¿En qué autor habías pensado?
Mario, que pretendía abandonar la conversación sobre literatura y pasar a hacer preguntas sobre la relación de los alienígenas con el planeta Tierra, que al fin y al cabo era lo que le interesaba, ahora que había dado con un auténtico habitante del espacio exterior, bastante enfadado, se encogió de hombros y sin cortarse un pelo le respondió: –¿Qué sé yo? Sólo quiero un estúpido libro, me importa un cuerno su autor. ¿Cómo puedes saber de lo que estás hablando? ¿Qué puedes entender tú de todo esto?
Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que había dicho algo insensato. El extraterrestre, sobresaltado al oír sus palabras, atravesó a Mario con aquellos centelleantes ojos del color del acero. Esta vez fue un impacto mucho más fuerte. Mario sintió que aquella mirada estaba traspasando sentimientos que ni siquiera él sabía que tenía, y por un momento le pareció que hasta los gruñidos de las estanterías y el suspirar de las páginas que se movían en los libros del suelo le reprochaban su comportamiento anterior. Un ligero temblor recorrió su espalda y le erizó el vello, y casi sin entender por qué, inclinó la cabeza en señal de disculpa. El extraterrestre, sin embargo, no dijo nada, y Mario no se atrevía a levantar la vista y encontrarse de nuevo con aquellos penetrantes ojos grises.
Lo siento –murmuró con cierto esfuerzo–. No quería decir eso…
Oh, no te preocupes. Nadie quiere decir nada hasta que lo dice. Y supongo que, a veces, hasta las grandes mentes se equivocan. La voz del alienígena sonaba más apagada, y Mario no estaba seguro del por qué. Un poco más confiado, levantó la mirada y vio que la sonrisa había desaparecido del afable rostro que contemplaba, y en aquel momento sintió como si todo el calor de la librería se hubiera esfumado con aquel dulce gesto. Imprevistamente se sintió incómodo y hasta sus propias manos le molestaron: no sabía qué hacer con ellas.
¿Qué quieres decir? –se atrevió a preguntar, notando que de su garganta ya no salía más que un hilo de voz; le pareció que la librería entera se hacía más pequeña, como si sus paredes lo estuvieran aprisionando. El extraterrestre lo miró con un gesto de resignación pintado en cada una de sus facciones y contestó: Me refiero a mí, claro. Porque está claro que me equivoqué contigo. Cuando te ví entrar aquí, pensé que eras alguien diferente, no sé, una de las pocas personas que quedan a las que de verdad les importan los libros. El tipo de gente que quería encontrar en este planeta, por eso coloqué una librería… porque pensé que hoy en día, viviendo en una era en la que todas vuestras lecturas son aquello que vosotros llamáis “digitales”… creí que a muchos les interesaría recuperar un sitio como éste. Un auténtico rincón donde encontrar estos tesoros que habéis perdido con los años, estos que desde hace demasiado tiempo han estado esperando, entre las telarañas del descuido, a que os reencontréis con ellos donde un día los dejasteis. Olvidados bajo el umbral de los anhelos y las sombras.
A medida que hablaba, el extraterrestre parecía haber perdido la noción del tiempo. Sus enormes ojos estaban fijos en un punto indefinido detrás de Mario.
Durante un momento muy breve, que le había parecido el reflejo o la sombra de un recuerdo muy antiguo, había creído ver un atisbo de su olvidada infancia entre las palabras del extraterrestre. Una fugaz imagen en la que él, con cuatro cinco años, tumbado sobre su cama, escuchaba embelesado la historia que su padre o su madre le leían en libros bellamente encuadernados.
Una estampa imborrable que, sin embargo, no había podido recuperar hasta esa mañana. En medio del silencio que se había apoderado de la librería, Mario cerró los ojos y se aferró a ese recuerdo, quizás el primer contacto que había tenido con los libros en su vida. ¿Por qué de repente había encontrado aquella imagen en su memoria?
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En fin –volvió a hablar el extraterrestre, arrancándolo de sus pensamientos– eso pensé. Pero creo que todo lo que me habían dicho sobre vosotros es cierto. Vuestra cultura agoniza, y ahora sólo los más ancianos recuerdan lo que alguna vez significó en este planeta el placer de poder sentarse a disfrutar de un buen libro. Ese aparato que llamáis videoconsola, en la que ahora también se podía ver la televisión, se ha convertido en el poseedor de las mentes. La labor de los escritores ha sido degradada despiadadamente hasta que ha acabado con los sueños de gente que simplemente quería entregarle a este mundo algo más que otra serie televisiva o un anuncio de un nuevo vehículo. Los libros que no fueron destruidos hace años simplemente cayeron en el olvido, las bibliotecas se cerraron y las librerías se arruinaron, y las pocas que permanecen son tristemente ignoradas por la mayoría de la gente. Tenéis miedo hasta de pensar por vosotros mismos, más allá de todo lo que el día a día os enseña, porque no podéis siquiera ver la ignorancia en la que os ha sumido la carencia de los libros. ¿Entiendes lo que te digo?
A Mario le temblaban los labios: nunca había creído que aquello de leer fuese tan importante. En realidad, durante los últimos años nadie había pensado en ello, salvo unos pocos que hasta entonces siempre le habían parecido unos proscritos amargados que alzaban la voz contra su forma de vida porque no sabían disfrutar de ella. Sus propios padres, sin embargo, era unos verdaderos entusiastas de aquel pensamiento, y aunque eso había provocado algunas discusiones en casa, sólo había sido por su padre que Mario había entrado en aquella vieja librería: para regalarle uno de esos tesoros que él tanto deseaba. En circunstancias habituales, jamás se le habría pasado por la cabeza meterse allí.
Cerró los ojos y tragó saliva al recordar que sus padres, cuando era más pequeño, le habían animado siempre a la lectura. Él, en cambio, había optado, no sabía muy bien la causa, por seguir otros pasos, los de aquellos que se burlaban y despreciaban a los que tenían “absurdas aficiones de ratones de biblioteca”.
¿Tan grave es el asunto? –preguntó con voz débil, ahora sí, mirando directamente a los ojos al extraterrestre. Éste juntó las yemas de los dedos y respondió con tono serio:
Escúchame: quedan muy pocas personas en este mundo que compartan el amor por las palabras y la literatura, una de las mejores cosas que os han sido otorgadas a los humanos. Los demás habéis caído en el engaño con el que os han manipulado, la constante mentira de que los libros no son necesarios. Sí lo son, mucho más de lo que crees, y por eso nosotros, los habitantes de las estrellas, hemos llevado las obras de vuestros antepasados a nuestros propios planetas desde tiempos inmemoriales. Sí, te sorprendería saberlo, pero la primera vez que uno de los nuestros llegó aquí de incógnito fue para llevarse una copia de uno de los pergaminos más importantes de un templo egipcio –por primera vez en mucho rato, el extraterrestre volvió a reír con aquella risa tan particular suya, y por alguna razón, Mario se sintió un poco mejor al oírla. El caso es –continuó, entornando sus grandes ojos grises– que si nadie ayuda a los únicos que creen en el poder de las palabras, finalmente este valor inapreciable morirá con ellos. Y así caerán también algún día, y de hecho están empezando a hacerlo, vuestra música, vuestro arte, vuestra lengua, vuestra cultura…
Las uñas de Mario se clavaron en las palmas de sus manos cuando cerró con fuerza los puños, mostrando una impotencia tan grande como nunca antes había conocido.
¿Qué puedo hacer yo? –preguntó, haciendo un gran esfuerzo por darle más intensidad a su voz, que se había convertido en un ronco susurro. No conozco ninguno de los secretos que esconden los libros porque dejaron de importarme cuando era más joven… Yo no puedo cambiar el mundo.
Afortunadamente para ti, esa es otra mentira que te han metido en la cabeza, y por fin el extraterrestre volvió a sonreír, y una calidez especial pareció inundar de nuevo aquel espacio. Los libros son como las estrellas: infinitos. Jamás podrás leerlos todos, pero siempre quedará sitio para uno más, y el mero hecho de que una persona lea un libro o contemple una constelación en medio de la noche dejará una huella en su alma que no podrá ser borrada por ninguna de las adversidades que llegue a atravesar a lo largo de su vida. ¿Lo entiendes?
Mario se aclaró la garganta, pero no dijo nada, y su rostro se tiñó ligeramente de un color rojizo. El extraterrestre, ensanchando su sonrisa de una manera insólita, caminó hacia una de las estanterías.
Como te dije –murmuró, acariciando los lomos de los muchos libros que había en uno de los estantes–, unas pocas palabras pueden cambiar una vida. Así que, si quieres empezar a cambiar el mundo, dejémonos de tanta cháchara, como dices tú, y venga, vamos a elegir un libro para tu padre».
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