Personajes con misterio: Padre Pio

Hay personas que parecen haber llegado a este mundo rodeadas de enigmas. Son gente racional, a la vez que sabios e iluminados, y hay algo que les une: determinados episodios que protagonizaron en sus vidas y que aún hoy día siguen sumergidos en el misterio.
Por ello, es mi deseo traer a estas páginas, de vez en cuando, la historia de alguno de estos personajes.
Comenzaré con la de Francesco Forgione, más conocido como Pío de Pietrelcina o Padre Pío.
Gran parte de los milagros atribuidos a muchos santos tienen una explicación natural; no es éste el caso de un monje capuchino que fue capaz de obrar prodigios sin parangón.
Se le atribuyen numerosas sanaciones y conversiones, así como otros milagros reportados al Vaticano.
Otro hecho sorprendente que le caracterizaba era el de la bilocación (término utilizado para describir el fenómeno en el cual una persona está ubicada en dos lugares simultáneamente). El 25 de enero de 1904, cuando se traslada al convento de Sant'Elia para continuar con sus estudios, sucede su primera bilocación, asistiendo al nacimiento de Giovanna Rizzani, futura hija espiritual suya, nacida en Udine (Venecia), lejos del lugar donde físicamente se encontraba en ese momento.
Ha sido elevado a los altares más rápidamente que cualquier otro santo de la Historia.
Nació en Pietrelcina (Italia) un 25 de mayo de 1887, y falleció el 23 de septiembre de 1968 en el convento capuchino de San Giovanni Rotondo. Más de cien mil personas desfilaron ante sus restos mortales para rendirle el último adiós. Durante aquellos días, y extrañamente, su cuerpo no manifestó signo alguno de descomposición. Era el último prodigio de un hombre que pasará a la historia por sus milagros.

.......Tres instantáneas de la vida de Francesco. Él a los 14 años, su casa y su habitación.

Los Estigmas

Un día, el 2 de septiembre de 1915, doña Josefa llamó a su hijo: "¡Padre Pío! ¡Padre Pío!" Después de unos momentos, su hijo salió de la cabaña agitando las manos, como si se las hubiera quemado.
Su madre de carácter siempre alegre, se sonrió y le dijo: ¿Qué trae ahora que viene tocando la guitarra con las dos manos?
"No es nada", contestó Francesco, "dolores insignificantes". En realidad acababa de recibir los estigmas, por ahora invisibles. Ya antes había sentido dolores en los pies y en las manos.
El 10 de octubre de 1915 comunicó a su director espiritual, Padre Agustín, haber recibido los estigmas invisibles, sintiendo, especialmente en algunos días un "agudísimo dolor".Pero su particular aventura comenzó en 1918. Ya entonces se había decantado por su vocación religiosa. Vivía donde siempre lo hizo, en el convento de San Giovanni Rotondo.
Un día en que estaba en el coro con los demás religiosos, después de que terminó el rezo de la Liturgia de las Horas, todos se retiraron, quedando solamente el Padre Pío recogido en su oración personal junto al padre Arcángel. Estaba rezando y sintió un pinchazo en sus manos. Poco después, comprobó como de sus manos manaba sangre, algo que también acabaría ocurriendo en sus pies y en su costado. No había sufrido ningún incidente ni tenía heridas que justificaran la repentina aparición de aquellos brotes de sangre.
Sus marcas parecían emular a las que según la tradición padeció Jesús en su castigo en la cruz, un fenómeno similar al que sufrió San Francisco de Asís y del cual apenas existen documentados tres centenares de casos a lo largo de los últimos siglos.
Al toque de la campanilla para la comunidad, los dos se levantan. Las manos del Padre Pío están sangrando. El Padre Arcángel preocupado, le pregunta: "¿Se ha herido?".
Con paso incierto y con el rostro pálido se fue a presentar al Superior, quien al verlo quedó petrificado. Además de las manos y los pies, también el costado sangraba abundantemente. Lo raro también era que la sangre no coagulaba.
El Superior enseguida pone al tanto al Padre Provincial. Como es de imaginar, la noticia no duró mucho tiempo oculta.
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El caso preocupó mucho al Superior Provincial quién se propuso estudiar bien su caso. Pidió fotografías y las envió, junto con un amplio reporte a la Santa Sede. Como respuesta, recibió la orden de intensificar el estudio médico y sustraer a Francesco de la curiosidad popular. Se le prohibió celebrar misa en público y confesar.Francesco calla y obedece. Durante dos largos años vivió una vida perfecta de claustro y bajo las órdenes de los médicos, que no encontraban las causas naturales de sus heridas, no dejaban en paz al padre.
Un día un doctor le hizo esta pregunta: -Padre, dígame ¿Por qué tiene lesiones exactamente allí y no en otra parte?
-Más bien debería ser usted el que me conteste, doctor: ¿por qué he de tenerlas en otras partes y no allí?
Al Padre Pío no le faltaban ni el sentido del humor ni las respuestas sagaces.



Fuera o no cuestión del poder de su mente o de su fe, no hubo forma de explicar el origen de los estigmas, que en absoluto agradaban al padre Pío. Se hizo con unos mitones y unas vendas para disimular las heridas, pero no pudo hacerlo durante mucho tiempo. Las heridas jamás se le cerrarían a lo largo de su vida.
Poco a poco, su fama traspasó fronteras y fieles de medio mundo viajaron hasta el convento para conocer al nuevo estigmatizado y asistir a sus misas, que eran multitudinarias reuniones de fervor y fe.
Cuando concluía los oficios, confesaba personalmente a cuantos querían. En ello invertía casi todo el día. Señalan innumerables testigos que, aunque no conocía idiomas que no fueran el latín o el italiano, era capaz de confesar a cada fiel en su lengua de origen. A este fenómeno se le denomina "xenoglosia" o "don de lenguas", según utilicemos un vocabulario científico o religioso. Durante aquellas confesiones era capaz de adivinar el pasado, el presente y hasta el futuro de quienes acudían a él para manifestar sus pecados. Uno de ellos fue un sacerdote polaco llamado Karol Wojtila, a quien vio con sotana blanca de papa. Décadas después, el párroco en cuestión acabaría convirtiéndose en Juan Pablo II.
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Poco a poco, el mito sobre este personaje fue creciendo. Durante el papado de Juan XXIII la Iglesia decidió hacerse cargo del enigma. Pese a ello, el monje capuchino sufrió ataques en el propio seno de su convento; los perpetraban personas que ni siquiera quisieron esperar al dictamen oficial. Llegaron a decir que las heridas eran el síntoma visible de una sífilis galopante.
A la polémica pusieron fin los exámenes médicos que se efectuaron y en los que, de puño y letra de varios prestigiosos doctores, puede leerse lo siguiente: "Los estigmas de las manos están cubiertos por una membrana rosácea; parecen atravesar los miembros de lado a lado; la herida del costado es una incisión neta, paralela a las costillas y de unos 7 u 8 centímetros. Pierde, diariamente, un vaso de sangre."
Los informes oficiales sirvieron para desestimar cualquier explicación lógica para los estigmas. Ciertamente no se podían explicar por qué mecanismos aparecieron.

El 22 de septiembre, por la noche, en silencio, se retiró a su celda para descansar. En ella respondió a algunas cartas pendientes. Entre ellas, a un buen amigo mío: "Apenas puedo respirar", escribía el estigmatizado presintiendo su fin. Horas después, de madrugada, sin apenas haber conciliado el sueño, ofició misa. Durante la celebración, varios peregrinos que habían acudido a conocerle fotografiaron y filmaron lo que ocurrió allí: sus estigmas se cerraron, y las heridas desaparecieron de las manos en cuestión de minutos tras cincuenta años en permanente sanguinación.
Poco tiempo después, en la soledad de su celda, el Padre Pío se sumió en un sueño del que ya no despertaría.
Treinta años después de su muerte, el 2 de mayo de 1999, fue beatificado. Unos años después, un nuevo milagro atribuido a él le elevó a los altares con la condición de santo, el 16 de junio del 2002, Juan Pablo II lo canonizó bajo el nombre de San Pío de Pietrelcina. Estos hechos le convertirían en uno de los personajes más insólitos del siglo XX.