Ocurrio el 16 de Octubre de 1972, un excepcional accidente en la zona del Triángulo de Alaska: el llamado Victor 319, que recorre el Triángulo de Alaska dividiéndolo en dos. Dos políticos de Washington desaparecieron sin aparentemente dejar rastro
¿Reconocerían en la imagen superior el hombre que aparece a la izquierda?
Se llamaba Thomas Hale Boggs. Muy probablemente ese nombre no le diga nada a casi ninguno de ustedes hoy en día, pero pueden obtener alguna pista de su ocupación si reconocen al otro personaje de la imagen: Lyndon B. Johnson, el sucesor en la Casa Blanca después del asesinato de John F. Kennedy.
Boggs fue congresista y figura de primera línea en la política de Estados Unidos en tiempos tan difíciles como los años '60 y principios de los '70, era el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes y la cuarta persona con más poder en el gobierno de Estados Unidos detrás del presidente.
El otro personaje de interés implicado en esta historia era el prometedor congresista Nick Begich, de 40 años de edad.
Nuestra historia podría haberse desarrollado en los siguientes términos:
«Son las 9 de la mañana del 16 de octubre de 1972 en el aeropuerto de Anchorange (Alaska). Cuatro personas abordan un avión bimotor Cessna 310. Ellos son: el propio Boggs, el congresista Begich, un asistente de nombre Russell Brown y, por supuesto, el piloto Don Jonz.
Boggs no había nacido en Alaska ni tampoco residía en este estado, pero siempre había tenido una especial relación con la zona desde que apoyó el proyecto de ley de la concesión del estatus de estado de la Unión para Alaska. Como era líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, aquel 16 de octubre, Boggs acompañaba al congresista Begich en su campaña de reelección como representante de Alaska en el Senado de Estados Unidos. A diferencia del veterano Boggs, con quince legislaturas a sus espaldas y miembro en su día de la Comisión Warren, que en 1964 se encargó de la investigación del asesinato del presidente John F. Kennedy, Nick Begich era un novato que estaba sacando adelante el que quizá fuera el proyecto legal más importante en la historia de Alaska: la Ley de Arbitraje de las Reclamaciones de los Indígenas de Alaska; el acuerdo de mayor envergadura con los nativos norteamericanos jamás firmado en Estados Unidos. Comprendía 178.000 kilómetros cuadrados de tierra y un presupuesto de algo menos de mil millones de dólares.
Por su parte el piloto local Don Jonz, de 38 años y con mucha experiencia en las duras condiciones del Ártico, pero era también famoso entre la profesión por su arrogancia y su afición al riesgo.
El viaje es rutinario, se dirigen hacia Juneau, capital del estado de Alaska. Se trata de un trayecto breve, en medio de buen tiempo, con un piloto muy experimentado y un avión bimotor excelente.
No hay nada que temer. Excepto que nunca llegarán a su destino.
A los doce minutos de iniciar el vuelo, Jonz detalló el plan de vuelo a la torre de control y confirmó que el avión contaba con los dispositivos de emergencia necesarios.
Fue la primera y última comunicación que se estableció con el aparato. A las doce y media del mediodía el aeropuerto de destino, en la ciudad de Juneau, anunció el retraso del vuelo. Nadie se alertó en esos momentos porque los retrasos de este tipo son comunes en aviones de pequeño tamaño y porque, además, los ocupantes del aeroplano estaban en manos de un maestro en el aterrizaje de emergencia como Jonz. Al caer la noche, aún no se sabía nada de los cuatro hombres, y se los dio por desaparecidos. Se avisó a las respectivas familias y, ante la trascendencia de los políticos, la noticia apareció en todos los noticiarios vespertinos del país y se puso en marcha la mayor operación de búsqueda llevada a cabo en los años setenta en Estados Unidos.
A pesar del mal tiempo, el hielo y la nieve en la zona, un Hércules HC130 de las Fuerzas Aéreas salió en busca de los desaparecidos, rastreando a través de las nubes en plena noche con sus Sistemas de infrarrojos. Mientras tanto, en el estrecho paso de Portage, al sur de Anchorage, donde se escuchó el último mensaje de Jonz y que es tristemente conocido por sus habitantes por la gran cantidad de aviones allí accidentados, una unidad de infantería con once hombres exploró la zona a pie. Además, por si el desaparecido Cessna hubiese cruzado hasta la bahía de Prince William, los barcos guardacostas patrullaron las frías aguas, plagadas de icebergs, aunque las probabilidades de sobrevivir en aguas con temperaturas por debajo de los 2º C se estimaba en apenas quince minutos. Se utilizaron cámaras y sensores de última tecnología aún entonces en estado experimental. Incluso, la importancia de los personajes en cuestión, hizo que la Patrulla Aérea Civil de Alaska llegara a desplegar por primera vez para una operación de búsqueda y rescate un avión espía secreto, el SR 71.
Sus pilotos se jactaban de poder hacer tomas donde se leía el periódico que un ruso estuviera leyendo en el parque, es más era capaz de fotografiar la fecha de una moneda a 9.000 metros de altura. No se escatimaron ni los medios humanos ni la tecnología más avanzada en una gran operación, ordenada desde las más altas instancias del gobierno estadounidense por los importantes cargos públicos de los desaparecidos. Junto a los enormes recursos oficiales, también se sumaron gran cantidad de voluntarios civiles que buscaron, a pie o en sus aviones particulares, cualquier señal. Sin embargo, ni siquiera aparecieron los restos del aeroplano.
En este punto muerto de la operación de rescate, comenzaron a surgir pistas increíbles a lo largo y ancho de todo Estados Unidos: desde personas con sueños y premoniciones, pasando por operadores de radio que grababan voces extrañas, o incluso un vidente de la lejana Kenia que aseguraba tener la visión de un aeroplano intacto cubierto de follaje en algún lugar de Alaska. Pero al final, tras treinta y nueve días de infructuosa lucha contra la geografía y el clima, la búsqueda de los dos políticos se suspendió el 24 de noviembre de 1972. Un oficial de alto rango de las Fuerzas Aéreas llegó a confesar lo que muchos temían: que posiblemente jamás se encontraría el Cessna 310 y sus cuatro ocupantes».
¿Accidente o maquinación?
¿Por qué, a pesar de los medios desplegados, nunca se encontró ni el avión ni los cuerpos de los desaparecidos? Algunas personas pueden pensar que fue obra de alguna extraña fuerza que actúa en la zona. Sin embargo, las pruebas históricas apuntan en otra dirección menos misteriosa. Algunos investigadores recibieron ciertos datos de parte de informantes anónimos. Atando cabos y haciendo uso de la Ley de Libertad de Información, llegaron a formular una serie de inquietantes hipótesis:
Cuando John F. Kennedy fue asesinado, Hale Boggs integró la Comisión Warren (organismo destinado a investigar el magnicidio). La dinámica de los hechos le habría convencido de que el asesinato fue un encargo desde las más altas esferas de la política y la economía norteamericana.
En particular, algunos datos le hicieron sospechar que Richard Nixon sabía lo que iba a pasar el día del crimen, aunque no tenía prueba alguna. Pero después, cuando Robert Kennedy fue asesinado en 1968, Hale Boggs comprendió lo que otros pasaron por alto: que el móvil de este segundo crimen era el de "limpiar el camino" hacia la Casa Blanca para Nixon, evitándole perder por segunda vez con un Kennedy.
A partir de ese momento, Hale Boggs se habría propuesto no perder pisada sobre las actividades de Nixon.
Hay que recordar que cuando ocurrió el accidente, en Estados Unidos se estaba gestando uno de los mayores escándalos políticos del siglo XX, el Watergate.
Este episodio sería una oportunidad única para evitar la reelección de ese personaje, que parecía inminente. Hizo investigar algunas cosas bajo cuerda y le fueron remitidas pruebas, que pensaba dar a conocer en el último momento, para obtener el máximo efecto.
Y por eso mismo, habría sido digamos "desaparecido" tres semanas antes de las elecciones, pagando con su vida el mismo precio que otros antes que él, sólo por intentar hacer conocer el funcionamiento del poder tras bambalinas. Se presume que su avión fue "arreglado" para sufrir un desperfecto.
Nixon ganó esas elecciones. Aún así, no logró barrer toda su suciedad bajo la alfombra: fue obligado a dimitir en 1974, precisamente por el episodio Watergate y sus consecuencias.
Pudo haber sido procesado por varios delitos y encarcelado. Pero el presidente que le sucedió (Gerald Ford), le otorgó un indulto "por todos los delitos que hubiera cometido, los que pudiera haber cometido o aquellos en los que hubiera tomado parte" entre 1969 y 1974.
Como digo, aunque el famoso caso, que le costó la presidencia a Nixon, no estalló hasta enero de 1973, Thomas Hale Boggs sospechaba que la Casa Blanca encubría algo.
Según declaraciones de su hijo, Thomas Hale Boggs Jr., su padre solía comentar por esos días que se aproximaba el fin de Nixon, hasta el punto de que, más de treinta años después, se ha llegado a preguntar si realmente fue sólo un accidente la desaparición del aeroplano. Sin duda, como líder de la mayoría en la Cámara Baja, su padre tenía más de un enemigo en las altas esferas de la Administración. Es más: en las grabaciones que propiciaron la caída del presidente Nixon, éste no mencionaba a Boggs en términos precisamente amistosos. J. Edgar Hoover, el director del FBI, lo tenía aún en menos estima desde que, el 5 de abril de 1972, Boggs lo acusó de usar métodos de vigilancia más propios de la policía política de Hitler o Stalin que de una democracia moderna y pidió su dimisión.
Casualmente, el FBI fue la única agencia de seguridad estatal que no siguió la operación de búsqueda y rescate del avión accidentado en Alaska. Sin embargo, durante más de dos décadas nadie fue capaz de demostrar ninguna conexión entre este desgraciado accidente y el FBI. En 1992, las cosas cambiaron en virtud de la Ley sobre la Libertad de Acceso a la Información, cuando se recabó información en el FBI para un artículo sobre los veinte años de la desaparición de Boggs y Begich. El artículo se publicó en la revista Roll Call de Washington. Gracias a esta investigación periodística aparecieron varios télex y cartas del FBI que nunca se habían visto antes. El primero de ellos relataba cómo un grupo de voluntarios civiles pertrechados de equipos electrónicos habían encontrado lo que podían ser restos de un accidente, y que sus detectores de calor indicaban que podría haber dos supervivientes. Pero, inexplicablemente, nadie siguió esa línea de investigación a pesar de que las autoridades estaban desesperadas por encontrar el más mínimo rastro de los desaparecidos. Mientras tanto, el FBI atendió a las pistas más estrambóticas y dudosas que ofrecían parapsicólogos y videntes. Aunque quizá más llamativo que lo encontrado sea precisamente lo que falta de los archivos del FBI sobre el accidente de 1972.
La desaparición de Nick Begich, el compañero de viaje de Boggs, también está repleta de dudas para su hijo Nick, «sospechas basadas en la forma de actuar habitual del director del FBI Hoover», afirma convencido de que esta agencia de investigación ocultó los télex recibidos, donde se hacía referencia al hallazgo del avión siniestrado y de dos sobrevivientes.
Begich's memorial at the Congressional Cemetery
Tampoco su hijo se explica cómo han desaparecido las fotografías que tomó el avión espía SR 71 de toda la zona, en una de las mayores operaciones de búsqueda y rescate en la historia de Estados Unidos. «Desgraciadamente, sin esas imágenes -señala- no se puede comprobar si hubo alguna posibilidad de encontrar a alguien con vida, tal y como apuntaba la información descubierta» Tampoco ha sido posible encontrar a ningún testigo de la cuadrilla de rescate, ya que los nombres de los participantes fueron eliminados de todos los documentos. No obstante, el material hallado en el FBI describe con bastante precisión el posible lugar del accidente, uno de los mayores campos de hielo de Alaska, a medio camino entre Anchorage y Juneau: el glaciar Malaspina, que lleva el nombre del navegante español que a finales del siglo XVIII exploró las costas de Alaska.