Las Brujas de las cuevas de Zugarramurdi





Carlos Mesa (ESPAÑA)





En 1608 el tribunal inquisitorial de Logroño abarcaba tan amplias tierras que era necesario andar cinco jornadas a uña de caballo para poder recorrerlas de punta a cabo: toda la Navarra, el territorio vascongado, la diócesis de Calahorra, de Santo Domingo de la Calzada, parte de Osma y algo del Arzobispado de Burgos; pero si grandes eran las tierras de su encomienda, mayor era su poder, cuyos tentáculos alcanzaban más allá de Ainhoa y Sare aldeas pertenecientes a la diócesis de Bayona.


Por esas fechas, en un pequeño rincón de este vasto territorio, rayano con la frontera francesa, un clérigo de mirada torva y delirios de santidad: fray León de Araníbar, abad del monasterio premostratense de Urdax, desató la más descabellada  caza de brujas que jamás se haya conocido en tierras navarras.
La cosa empezó con veladas amenazas entre vecinos por rencillas de herencias o lindes mal trazados; luego vinieron las denuncias ante el abad por blasfemias dichas al calor de una disputa: blasfemias tan comunes como darse al Diablo, mandar a alguien a las llamas del Infierno, dudar de que Dios pudiera salvar boca tan mentirosa o llamar a un cristiano viejo “marrano comedor de niños”, para pasar a acusaciones formales de haber visto a gentes del pueblo en celebraciones salvajes las vísperas de San Juan y fechas parejas, lo que llevó al reverendo a encaramarse en el púlpito y clamar contra el Maligno, contra sus amantes y lacayos a los que sacralizó con una terrible palabra: brujos; y esto no fue más que el comienzo de una espantosa locura colectiva.
Pero los hechos se precipitaron definitivamente cuando a primeros de enero de 1609,  don Juan de Monterola, comisario de la Inquisición en el pueblo de Arano, asistido de un notario y seis hombres armados, se presentó a instancias de fray León en el pueblo de Zugarramurdi para levantar acta de las declaraciones hechas por ocho feligreses, testigos de la confesión pública que hicieran cuatro mujeres del lugar en la iglesia, de haber practicado las malas artes de la brujería  y haberse dado al Diablo por aquellos montes y aquellas cuevas en fechas recientes.
El día 27 del mismo mes ingresaron las acusadas en las cárceles secretas de la Inquisición de Logroño y, a partir de este momento, todo fue rodando hasta acabar en un solemne Auto de Fe que tuvo lugar el 7 de noviembre de 1610 donde fueron condenadas unas cincuentena personas acusadas de la más variopinta sarta de maldades brujeriles y satánicas.
La cosa acabó tan mal, que basta leer la Cautela Inquisitorial, traída por Zacaróas Covaleda, para darse cuenta del pensar de la Santa Iglesia respecto a estos temas:


A los Reverendísimos Señores Inquisidores de Logroño:

Encarecidamente les rogamos que atiendan  a las siguientes conclusiones habidas en este  Tribunal,  dadas por fiscales y asesores del mismo, a la vista de las condenas hechas en el Auto de Fe acaecido en esa ciudad el año de 1610.

Por esto venimos a pronunciar y pronunciamos:

Que  los señores Inquisidores procederán en todo momento según los criterios  que  ordenare la Santa Madre Iglesia, las doctrinas de sus Pastores  y lo que corresponda a  la buena fama de sus fieles.
Que en las causas de brujos que se ofrecieren de aquí en adelante inquieran y se informen bien antes de denunciar los hechos que se les achacan:  si las  muertes de criaturas y personas que los brujos confiesan haber hecho sucedieron realmente  en  aquellas  noches como dicen, no sea que previamente  estuvieran enfermos, o que hubiera algún accidente o causa  para  que  murieran  de  muerte  natural  o  violentamente.  Que para ello examinen físicos y peritos en medicina si hallaron  señales  en  los  cuerpos  u otras circunstancias para saber de qué murieron.

Item, que recaben mejor información por donde entran y salen en las casas cuando dicen acudir a sus aquelarres. Que procuren saber si van realmente a hacer los daños que dicen,  y  si  hay  alguno que no sea de ellos que  los haya visto de  día o  de  noche en sus juntas o haciendo algún maleficio.

Item, que se informen de los dueños de ganados si es verdad que murieron y cómo fue lo de las reses, y qué señales hallaron en ellas.

Item, que anoten  las devastaciones  y daños que confiesan haber hecho en los trigos, frutos y campos, si los vieron o hallaron dañados, o si en aquellos tiempos vino piedra, niebla o algún mal aire o hielo que fuese causa de la perdición de dichos campos. Si esto sucedió en invierno,  en verano, o en el tiempo en que naturalmente suelen venir estos accidentes.

Item, que los Inquisidores adviertan a los predicadores y den a entender a las gentes, que  el perderse los panes u otros daños  en los frutos nos los envía Dios por nuestros pecados y por la disposición del tiempo, como acontece en otros lugares que no hay brujos, y que es grande inconveniente imaginarse que estas cosas y otras enfermedades las hagan solamente estas personas.

Item, que los Inquisidores hagan diligencias y averiguaciones para verificar si  estas gentes se juntan solos, o si en aquellas noches que confiesan ir a los aquelarres  van con el Demonio, o se quedan en sus casas sin salir de ellas, lo que se podrá saber por personas vecinas. Y si se untan algún ungüento,  saber si es para ir corporalmente a las reuniones o es para dormirse. O qué diferencia hay entre el unto para volar e ir al aquelarre y los polvos y el agua amarilla que usan para provocar los maleficios.

Item, que cuando uno acuda a declarar de sí o de otros, se escriba puntualmente lo que dijere y le pregunten qué causa le ha movido a hacer tal declaración. Si han sido forzados, persuadidos o atemorizados y si tienen enemistad con la tal persona denunciada.

Item, que estén advertidos si lo que confesaren y testificaren los de esta secta de brujos se puede comprobar con otras personas ajenas a los cómplices, o que las hayan hecho en diferente tiempo y lugar del que dicen haber ido y estado en sus juntas y aquelarres.

Item, que las revocaciones que hicieren los reos y testigos antes o después de ser reconciliados o sentenciados se consideren  con mucha puntualidad y se ponga en los procesos, recibiéndoles con toda blandura  para  que con más libertad puedan descargar sus conciencias, sin que les estorbe el miedo que comúnmente se tiene de ser castigado por semejantes revocaciones, y que  esta orden se dé a los Comisarios del Santo Oficio para que lo cumplan y remitan al Tribunal.

Item, que en viniendo cualquier persona, hombre o mujer, de edad legítima que según derecho en los hombres es de catorce años arriba, y de doce en las mujeres, según su propia y espontánea voluntad, sin haber precedido violencia, fuerza ni temor ninguno, sea acogida con palabras de amor y caridad, mostrando señales de dolor y arrepentimiento, confesando sus errores de haber ido a aquelarres, solos o acompañados y haber hecho reverencia y acatamiento del Demonio que aparecía en signos diferentes tomándole por señor, renegando de Dios, del Bautismo y de las creencias de todo buen cristiano.

A  tales personas se les preguntará cuántos años llevan en la apostasía y si fuera de las noches que van, si han perseverado de día, despiertos, en adorar al Demonio. Y si para ir a los aquelarres se han untado o hecho actos encaminados a ir a adorar al Demonio y mantenerse en la apostasía de la fe.
A los que hicieren espontáneas confesiones, se les reconciliará sin confiscación de bienes. Y a los que confesaren no haber perseverado después de despiertos en la herejía, se les medicine las almas absolviéndolos ad cautélam, tal como se hace con los extranjeros luteranos holandeses, escoceses e ingleses que están en algunos presidios por herejes.

Item, que aquellas Justicias seglares o eclesiásticas que hubieren conocido o comenzado un proceso, se lo remitan al Santo Oficio. Y estén muy advertidos los Inquisidores, si los tales reos o testigos fueron antes atormentados  por dicha Justicia y la manera del tormento, porque si los indicios no fueran bastantes, se vea cuánta fe se puede dar a tales confesiones forzosas.

Item, que todas las testificaciones y probanzas hechas se suspendan para que,  empezando unas nuevas, no se proceda contra ninguno por las testificaciones ni se tenga por anotado en el Santo Oficio. Si sobreviene otra testificación, que se acumule a las existentes para que  juntas se voten en el tribunal, excepto cuando se suspendiere la causa.


Item, y que cuanto a las personas que murieron en las cárceles o fuera de ellas estando pendientes sus causas, que no las prosiga el Fiscal y no les conste a sus descendientes para cosas y oficios honrosos.

Item, que las personas que en el Auto de Fe de 1610 fueron relajadas al brazo secular y de los que fueron reconciliados, no se pongan los sambenitos en ningún  tiempo o lugar, ni se les confisquen los bienes y se adicionen a sus procesos estas resoluciones para que no les obste a los hijos ni descendientes para un oficio de honra o del Santo Oficio.

Item, que los Inquisidores dejen libremente actuar a la Corte de Navarra y a cualesquiera otra  Justicia  proceder  y  castigar los delitos de brujería sin  impedírselo  por  ninguna vía judicial, ni medios particulares.

Item, que a los Confesores y Curas se les dé orden por medio de los Comisarios y se les advierta  de  palabra la moderación y templanza con que han de proceder sin excederse en  ninguna cosa más de lo que va puesto en estas Instrucciones, ordenándoles lo guarden  con toda  puntualidad. Que no prohíban la comunión de los Sacramentos a los que estuvieren anotados en esta secta de brujería hasta que por el Santo Oficio se mande otra cosa.

Item, que de todas las Cartas e Instrucciones del Santo Oficio se saque copia y cuaderno continuado para que así junto se halle a mano y estén advertidos para los casos que se ofrecieren en adelante.


Dado en Madrid, a 29 de Agosto de 1614

Desde los altos del puerto de Otsondo, en Navarra, en un día claro, casi puede verse el mar si la selva de hayas y robles que lo visten te permiten otear el horizonte. A sus pies, tras una endiablada pendiente, salen al paso Urdax y Zugarramurdi, dos pueblecitos que saben de leyendas, cuevas y conjuros, sambenitos y otros misterios que se dieron hace cuatrocientos años, cuando empezó a hablarse de brujas y demonios por aquellos caseríos.
Las sorguiñas, mujeres de aspecto huraño, iban y venían de uno al otro lado de la muga en un tránsito de pueblos vecinos para acudir a esas reuniones que pronto los inquisidores conocieron como akelarres: fiestas a campa abierta sin otra pretensión que bailar y danzar hasta el amanecer al son del txistu, los atabales y el tamboril.
Pero todo se torció cuando la Inquisición pretendió ver un culto al Diablo  en esas celebraciones nocturnas que reunían a gentes venidas de los alrededores en torno a una hoguera, en las que se comía, se bebía y fornicaba a pierna suelta con la sana intención de olvidarse por una noche del duro trabajo de cada día.
El Diablo en forma de macho cabrío se les aparece para sodomizarlas y hacer escarnio en nuestra santa religión -rugía fray León de Araníbar desde su abadía de Urdax-, y ellas se complacen en ofrecer los cuerpos para satisfacer sus deseos nefandos.
Pronto  se corrió la voz de que la Inquisición necesitaba nuevas brujas para las hogueras de Logroño y los párrocos de la ribera del Baztán, desde Elizondo a Vera de Bidasoa, se  aprestaron  a complacerlos predicando rigurosos edictos que pusieran coto a una depravación imaginada, porque nadie tenía noticia de que realmente existieran las mal llamadas sorguiñas.
Aquella locura fue el comienzo, el Auto de Fe, la quema y todo lo demás vino después.
Lo cierto es que, a lo largo y ancho de una Europa obsesionada por la salvaguarda de unos valores religiosos fanatizados, fueron quemados cientos de pobres hombres y mujeres cuyo mayor delito era, precisamente, ése: ser pobres.
En medio de esta orgía descabellada de sangre y fuego que llamaban Auto de Fe, aparecen unos protagonistas involuntarios y malquistos: los verdugos; gente del pueblo mal pagada y aborrecida que se limitaban a cumplir con su cruel cometido: el de ajusticiar a otros cristianos en nombre de la Religión.
Pues bien, aparte lo anterior, hete aquí que por primera vez en mucho tiempo he localizado una copia íntegra del Malleus Maleficarum, o lo que es lo mismo, El Martillo de los herejes, la obra que sirvió a la Inquisición para desatar la caza de brujas en España, el exterminio de todos aquellos que servían para consolidar a una Iglesia sedienta de sangre y con las ganas de quien no quiere perder el poder.


Veamos, lo que dice la Wikipedia del Malleus Maleficarum:

El Malleus Maleficarum (del latín: Martillo de las Brujas), es probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto de la persecución de brujas y la histeria brujeril del Renacimiento. Es un exhaustivo libro sobre la caza de brujas, que, luego de ser publicado primeramente en Alemania en 1486, tuvo docenas de nuevas ediciones, se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas en el continente por cerca de 200 años. Esta obra es notoria por su uso en el período de la histeria por la caza de brujas que alcanzó su máxima expresión desde mediados del siglo XVI hasta mediados del XVII.
El Malleus Maleficarum fue compilado y escrito por dos monjes inquisidores dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, quienes aseguraron en el libro que les habían sido otorgados poderes especiales para procesar brujas en Alemania por el Papa Inocencio VIII, por medio de un decreto papal del 5 de diciembre de 1484; pero este decreto había sido emitido antes de que el libro fuese escrito y antes de que sus planeados métodos fueran dados a conocer.
Kramer y Sprenger presentaron el Malleus Maleficarum a la Facultad de Teología de la Universidad de Colonia el 9 de mayo de 1487, esperando que fuese aprobado. En cambio, el clero de la Universidad lo condenó, declarándolo tanto ilegal como antiético. Kramer, no obstante, insertó una falsa nota de apoyo de la Universidad en posteriores ediciones impresas del libro. La fecha de 1487 es generalmente aceptada como la fecha de publicación, aunque ediciones más tempranas de la obra pudieron haber sido producidas en 1485 o 1486. La Iglesia proscribió el libro poco después de la publicación, ubicándolo en la Lista de Obras Prohibidas (Index Librorum Prohibitorum). A pesar de esto, en todo caso, entre los años 1487 y 1520, la obra fue publicada 13 veces. Después de unos 50 años, fue nuevamente publicada, entre 1574 y la edición de Lyon de 1669, un total de 16 veces. La supuesta aprobación que aparece al inicio del libro contribuyó a su popularidad, dando la ilusión de que se le había otorgado un respaldo garantizado.
Con todo, el texto llegó a ser tan popular que vendió más copias que cualquier otro, aparte de la Biblia, hasta que El Progreso del Peregrino, de John Bunyan fue publicado en 1678.
Los efectos del Malleus Maleficarum se esparcieron mucho más allá de las fronteras de Alemania, causando gran impacto en Francia e Italia, y, en menor grado, en Inglaterra.

Lo que viene a continuación es el libro en PDF, en primicia para los lectores.






ALGUNOS APUNTES SOBRE CARLOS MESA:
Carlos Mesa, periodista especializado en nuevas tecnologías y enigmas de la Historia.
Ha colaborado en nultitud de medios de comunicación.
En la actualidad escribe para las revistas Año Cero, y Enigmas; colabora mensualmente en el programa radiofónico “Luces en la oscuridad”, de Pedro Riba, en Gestiona Radio; 
Ha escrito tres libros sobre misterios, “Planeta Insólito” (ed. Lulu), “Profecías mayas: mito y realidad” (ed. Nowtilus), “Barcelona insólita (editorial Jonglez); y hace de guía cultural para varias rutas por la Barcelona del misterio con su empresa Planeta Insólito SL. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autónoma de Barcelona. Ingeniero Técnico de Sistemas Informáticos por la Universitat Oberta de Catalunya. Máster en redes Cisco CCNA. Miembro 1797 de la Sociedad Geográfica Española; miembro 354 de la Asociación Iberoamericana de Periodistas Especializados y Técnicos. Miembro de la Federación Catalana de Fotografía. Miembro de la Light Painting World Alliance. Presidente de la Asociación Fotográfica Planeta Insólito.


• Publicado con permiso del autor